El Islam. Una
ideología religiosa
Por Rubén
Calderón Bouchet (1994).
El término
ideología aplicado a la religión de Mujamad no es una ocurrencia nuestra. En su
oportunidad fue usado por Maxime Rodinson para dar cuenta y razón de la
religión islámica cuando se ocupó del asunto en su libro sobre Mujamad.
No
obstante, detrás del uso de una misma palabra, hay en Rodinson un trasfondo,
llamémoslo filosófico, que difiere totalmente de éste que constituye el
fundamento de nuestra personal posición.
Para
Rodinson la ideología nace de los cambios introducidos en el pueblo árabe por
la fuerza de una economía comercial que impone, a la antigua organización
tribal comunitaria, otra de tipo individualista sugerida por el auge de los
nuevos criterios económicos.
Menos
racionalista que el Profesor Rodinson,creo que la religión es un conocimiento
rodeado de una serie de prácticas cultuales que el hombre ha recibido del
propio Dios, con las características de un contrato de adhesión, cuyas
cláusulas debe respetar si quiere organizar su vida de acuerdo con los
designios de la
Divina Providencia.
Se suele
hablar también de religión natural con el propósito de señalar el conocimiento
que el hombre adquiere de Dios a través del mundo físico y las experiencias de
su realidad anímica. Pero así como no existe un estado de naturaleza
absolutamente puro de todo compromiso sobrenatural con Dios, no existe tampoco
una religión natural que no se encuentre efectivamente complicada con las
revelaciones de la proto-tradición o de las tradiciones históricas conservadas
por los distintos pueblos que componen el abigarrado mosaico de nuestro curso
terrenal.
La religión
no es, en mi perspectiva, un fenómeno de conciencia condicionado por todas las
incidencias de nuestra trayectoria temporal y mucho menos la consecuencia
inevitable de una situación social cualquiera, por mucho que se multipliquen
los ingredientes de su composición. Así como la creación misma, la religión es
un don de Dios, y se tiene que haber perdido todo contacto con el fundamento
creador del universo para pensar de una manera distinta y buscar la fuente de
un proceso en donde no hay ninguna realidad fontal sino los dones gratuitos de
la creación y la revelación.
Hecha esta
primera advertencia que consideramos fundamental, admitimos que,
indudablemente, las ideologías son creaciones del espíritu humano con el
deliberado propósito de dar una explicación justificativa del poder que asume
un determinado grupo de hombres, para conducir a los otros en una dirección
distinta de aquélla que la
Providencia ha fijado.
Esta
substitución de los designios divinos por otros de humana apariencia es lo que
suele tener de común la ideología con la religión y lo que conduce a muchos
hombres a confundirlas, pasando por alto sus claras diferencias.
Cualquiera sea el origen del libro que nosotros conocemos con el nombre reduplicativo de “El Corán”, la intención de su autor fue, en un primer momento, la de enseñar a los árabes el contenido del Pentateuco.
Cualquiera sea el origen del libro que nosotros conocemos con el nombre reduplicativo de “El Corán”, la intención de su autor fue, en un primer momento, la de enseñar a los árabes el contenido del Pentateuco.
Hay a lo
largo del Corán referencias muy claras a este respecto, y solamente un fuerte
deseo de ver en él una manifestación religiosa original ha impedido advertirlo.
La religión predicada por Mujamad está íntimamente ligada al monoteísmo
israelita según la forma que éste tomó cuando se produjo la escisión provocada
por el advenimiento de Cristo.
Es pues un judaísmo por su inspiración fundamental, pero un judaísmo ideológico, en tanto su decisión religiosa es de rechazo a la cuenca viva de la revelación para encerrarse en la clausura de un propósito humano.
Es pues un judaísmo por su inspiración fundamental, pero un judaísmo ideológico, en tanto su decisión religiosa es de rechazo a la cuenca viva de la revelación para encerrarse en la clausura de un propósito humano.
No es faena
fácil para los historiadores de oficio examinar el origen de este libro y poner
alguna coherencia en la sucesión de los “suras” que constituyen su contenido.
Si bien la tradición islámica es unánime en atribuir su autoría al profeta
Mujamad, la forma en que fue recogido su mensaje y el ordenamiento del texto da
lugar a tantas contradicciones y divergencias que resulta casi imposible
aceptar todas las leyendas que circulan en tomo a la manera en que fue escrito.
Lo que ha
llegado hasta nosotros tiene, al parecer, su apoyo en la predicación de
Mujamad, pero no se puede decir con rigor que sea la obra de un solo autor,
sino más bien de una legión de copistas, intérpretes y compiladores, que tuvo
por resultado la “vulgata” llamada de Osmán, unos sesenta años después de la
muerte del Profeta. ´
La
clasificación realizada en .el texto tradicional es, como afirma Gastón Wiet,
de una singular arbitrariedad:
“Los distintos capítulos (sura), ciento catorce en total, están ordenados según su longitud: los más largos a la cabeza y los más cortos al final, sin tomar en consideración la cronología de las revelaciones hechas al profeta. Ahora bien, como el libro santo tiene partes que se contradicen, los musulmanes se han visto en la necesidad de buscar una relación cronológica entre los suras para saber, en caso de prescripciones contrarias, cuál es la que abroga y cuál la que permanece” (WIET, G. L’Islam, Histoire Universelle de “La Pléiade”, T. 11, p. 54, Gallimard, París, 1957).
“Los distintos capítulos (sura), ciento catorce en total, están ordenados según su longitud: los más largos a la cabeza y los más cortos al final, sin tomar en consideración la cronología de las revelaciones hechas al profeta. Ahora bien, como el libro santo tiene partes que se contradicen, los musulmanes se han visto en la necesidad de buscar una relación cronológica entre los suras para saber, en caso de prescripciones contrarias, cuál es la que abroga y cuál la que permanece” (WIET, G. L’Islam, Histoire Universelle de “La Pléiade”, T. 11, p. 54, Gallimard, París, 1957).
La faena
historiográfica, si bien se piensa, conspira decididamente contra la atmósfera
de seguridad y firmeza que los verdaderos fieles querían imponer al Corán. Para
ellos, lo que Mujamad escuchó del Angel Gabriel y lo que contiene la vulgata de
Osmán son una misma y única cosa, una copia fiel del libro que existe desde
toda la eternidad en el cielo y que junto al trono de Allah, está custodiado
por los Santos Angeles.
Esta
versión paradigmática del libro no coincide para nada con lo que está a la
vista y hace falta la fe rotunda de un auténtico musulmán para aceptarla sin
atender los reclamos de la crítica histórica. Así como no hay seguridad en el
origen de los textos, tampoco la hay acerca de la lengua en que fueron
primitivamente escritos y aunque sus más apasionados defensores consideran que
fue “el árabe elocuente y puro”, los censores dictaminan que esa lengua todavía
no existía y nace a la vida precisamente con el Corán propagado con la vulgata
de Osmán.
Nada
arredra a un verdadero creyente cuando se trata del libro sagrado: ni los datos
filológicos sobre la evolución del idioma árabe, ni los conocimientos aportados
por las ciencias en torno a las formas literarias y su difusión en el mundo
antiguo.
El Corán es
un poema, un código legislativo, un libro religioso y una narración de los
sucesos relacionados con la prédica de Mujamad.
Es todas
estas cosas y algunas otras que se pueden descubrir cuando se lo examina con el
debido celo. Un lector desapasionado y objetivo, a la manera de nuestros
hombres de ciencia, puede no descubrir ninguno de estos géneros. Renán, que
titubeó mucho tiempo en clasificarlo con certeza, terminó diciendo que
constituía una colección de discursos de índole diversa, sin que esta
declaración lo dejara demasiado contento.
Para los
verdaderos creyentes, y los musulmanes lo son por antonomasia, es el libro
sagrado y punto de partida de una disciplina religiosa que se impuso a la
anarquía de su temperamento y los lanzó a la conquista del mundo, con una
fuerza, una fe y un fanatismo pocas veces igualado en el curso de la historia.
Decir que
es un libro religioso, sin añadir una serie de explicaciones que permitan
distinguirlo de otros de la misma especie, es un abuso de confianza.
Sin dudas,
hay en el Corán una serie de verdades que pertenecen al elenco tradicional de
la religión revelada y, como es fácil de advertir, esas nociones son de
procedencia bíblica, y ha sido con mucha posterioridad a la prédica de Mujamad
cuando surgió la idea de reclamar para el Corán una originalidad que la simple
lectura de sus textos hacía completamente innecesaria y que el más simple
cotejo dejaba ver sin ninguna dificultad.
Hay
verdades religiosas pero no una nueva revelación; apenas un amaño discreto para
poner esos principios al alcance de la imaginación árabe sin que se advierta,
en lo más mínimo, un esfuerzo por elevar las mentes a un encuentro con Dios que
permita hablar de un itinerario perfectivo.
Todo lo
contrario, el Corán parece destinado a despertar una afluencia pasional
incontenible que lance el alma del creyente en una empresa de conquista
político militar y de ninguna manera en la faena de la contemplación mística.
La disciplina impuesta a los fieles no tiene designios de enmienda ascética, a no ser los impuestos por la vida militar y la exaltación del valor frente a la muerte, sostenido por una visión del más allá en perfecta correspondencia con las inclinaciones más salaces del erotismo.
La disciplina impuesta a los fieles no tiene designios de enmienda ascética, a no ser los impuestos por la vida militar y la exaltación del valor frente a la muerte, sostenido por una visión del más allá en perfecta correspondencia con las inclinaciones más salaces del erotismo.
La
salvación no es la obra de una purificación espiritual, sino de la obediencia
pasiva a los jefes religiosos y políticos de la comunidad islámica.
La guerra
santa es el sacramento único que abre para el creyente las puertas del cielo.
Esto explica por qué razón la paz enmohece el espíritu del musulmán y termina
lanzándolo a las querellas inútiles, a la pereza y el abandono.
El Corán inspira un acto de fe del que ha desaparecido todo movimiento de reflexión inteligente y por eso mismo no se conoce, entre los musulmanes, algo semejante a la teología cristiana.
El Corán inspira un acto de fe del que ha desaparecido todo movimiento de reflexión inteligente y por eso mismo no se conoce, entre los musulmanes, algo semejante a la teología cristiana.
Se niega el
trinitarismo cristiano con los argumentos más rudos y la ofuscación más
absoluta; y aun cuando se dice por ahí que Jesús fue el Verbo de Dios, sólo se
quiere afirmar que se trata de un profeta en nada diferente de los otros por
cuya boca Dios ha hecho sentir su voluntad.
El misterio
de la Encamación
está negado por principio y cualquier discusión en tomo al mismo despierta la
cólera del musulmán que ve en peligro la consistencia de su monoteísmo. Si se
examinan los deberes religiosos prescriptos por el Corán rán y los actos del
culto que los encuadran, se verá sin esfuerzos su perfecta simplicidad y la
absoluta prescindencia de cualquier movimiento interior destinado a poner la
conducción del alma en las facultades más nobles del espíritu.
Cinco son
las obligaciones que el musulmán debe practicar para tener su alma en buenas
relaciones con Dios: confesar que Allah es el único Dios y Mujamad su profeta.
Esto cuantas veces fuese necesario y especialmente en las circunstancias
solemnes de la vida y cuando se prevé la hora de la muerte.
Cuatro
plegarias son de observancia: al alba, al mediodía, a la oración y a la noche.
El creyente tiene que colocarse orientado hacia la Meca para no olvidarse jamás
del centro de donde partió su conquista.
Las
plegarias pueden hacerse solitariamente o en conjunto. Cuando son varios los
que se congregan para orar, uno de ellos dirige la ceremonia con las
prosternaciones y saludos correspondientes.
La
preparación previa a la plegaria exige un acto de purificación que consiste en
lavarse el rostro, las manos, los antebrazos y los pies. Conviene que se haga
con agua pura o en su defecto con arena. Respecto a la posibilidad de una
purificación interior no se dice nada.
Existe
entre los musulmanes una práctica del ayuno aparentemente muy riguroso. Durante
los treinta días del mes de Ramadán, noveno del año lunar musulmáa, el creyente
no puede comer, ni beber, ni fumar, ni tener relaciones sexuales durante el
día, entre la salida y la puesta del sol.
Todo buen
musulmán debe dar a su comunidad religiosa el décimo de sus entradas y tiene la
obligación de un viaje ritual a la
Meca, cuya ejecución implica un repertorio bastante
complicado de actos puramente externos pero que condicionan las
predisposiciones de obediencia y sumisión a la ley del Profeta.
El Corán
fija la constitución de la familia islámica sobre la poligamia. Se entiende que
un buen musulmán no puede tener más de cuatro mujeres.
La apología de esta forma matrimonial podemos leerla en la introducción al libro sagrado en su reciente edición argentina.
No es necesario estar dotado de un exagerado pudor para comprender el grado de sometimiento a los sentidos que semejante unión significa. Se entiende que el privilegio de tener un serrallo, por modesto que sea, supone, para los creyentes menos favorecidos por la fortuna, tener que resignarse a la poliandria o, en el mejor de los casos, a una monogamia aceptada sin entusiasmo.
La apología de esta forma matrimonial podemos leerla en la introducción al libro sagrado en su reciente edición argentina.
No es necesario estar dotado de un exagerado pudor para comprender el grado de sometimiento a los sentidos que semejante unión significa. Se entiende que el privilegio de tener un serrallo, por modesto que sea, supone, para los creyentes menos favorecidos por la fortuna, tener que resignarse a la poliandria o, en el mejor de los casos, a una monogamia aceptada sin entusiasmo.
En una
organización social dominada por la presencia vigilante de los clanes el
matrimonio es, ante todo, un acto político y tiene por propósito fundamental la
unión de las familias. De aquí la importancia que tiene para los jefes contraer
fructuosas alianzas con los grupos familiares más poderosos.
Mujamad no dejó de rendir cálido tributo a esta costumbre solidaria, pero fue ampliamente superado por sus sucesores en cuanto la extensión del Islam impuso numerosas alianzas.
Mujamad no dejó de rendir cálido tributo a esta costumbre solidaria, pero fue ampliamente superado por sus sucesores en cuanto la extensión del Islam impuso numerosas alianzas.
Se ha
exagerado un poco la actitud despectiva del árabe con respecto a la mujer.
El Corán
recomienda la dulzura y el buen trato para con las mujeres, los niños y los
ancianos. No obstante, su ética es esencialmente masculina, y son los hombres
válidos los que llevan sobre sus espaldas tanto el peso como el honor de la
guerra que santifica y salva.
La mujer pertenece al mundo secreto y privado del hombre, al “harem”, cuyo significado apunta a esa situación de secreta privacidad.
La mujer pertenece al mundo secreto y privado del hombre, al “harem”, cuyo significado apunta a esa situación de secreta privacidad.
Mujamad,
luego de la muerte de su primera mujer, que tuvo el extraño privilegio de ser
única, concertó trece matrimonios según los analistas más inclinados a dejar
constancia de los hechos bien fundados.
Otros anuncian que tuvo quince mujeres.
De cualquier modo es un número que muchos imanes hubieran tenido como cantidad desdeñable y en absoluto indigna de un hombre de su alcurnia.
Otros anuncian que tuvo quince mujeres.
De cualquier modo es un número que muchos imanes hubieran tenido como cantidad desdeñable y en absoluto indigna de un hombre de su alcurnia.
Por
supuesto, los simples soldados podían practicar libremente el onanismo, la
pederastia o la bestialidad, sin que ninguno de estos vicios fuera
especialmente condenado o cerrara para siempre las puertas del Paraíso para
quienes morían en combate.
Mujamad
comprendió muchos de los inconvenientes que traía la poligamia y escribió, no
sin mostrar un cierto desengaño: “que nunca llegaréis a hacer reinar la
concordia entre vuestras mujeres, cualesquiera fuera vuestra buena voluntad”.
Añadió, a
continuación, con el propósito de evitar algún intempestivo intento de
subversión mujeril:
“Los hombres son los pastores de las mujeres,porque Dios los prefirió a ellas y, además, porque las sustentan de su peculio. Las buenas esposas deben ser tímidas, conservar su pudor en ausencia del esposo, porque Dios las vigila. En cuanto aquellas de quienes sospecháis deslealtad, exhortadlas y dejadlas solas en sus lechos; si persisten castigadlas, pero si os obedecen no las provoquéis, porque Dios es excelso, grande” (Sura 4, aleya 34). (*)
“Los hombres son los pastores de las mujeres,porque Dios los prefirió a ellas y, además, porque las sustentan de su peculio. Las buenas esposas deben ser tímidas, conservar su pudor en ausencia del esposo, porque Dios las vigila. En cuanto aquellas de quienes sospecháis deslealtad, exhortadlas y dejadlas solas en sus lechos; si persisten castigadlas, pero si os obedecen no las provoquéis, porque Dios es excelso, grande” (Sura 4, aleya 34). (*)
Por
supuesto, este régimen, lejos de aplacar, aumenta la lujuria del temperamento
árabe y suele provocar algunos desmanes de la concupiscencia, eso que Mujamad,
con gran amplitud de espíritu, llamó obscenidades: copular con la madre, con la
hija, con las hermanas, con las nodrizas, hermanas de leche, nueras, suegras o
hijastras bajo tutela.
El consejo coránico es evitar tales atropellos, pero ante el hecho consumado se debe confiar en Dios que es indulgentísimo y misericordioso (S.4-A1.23).
El consejo coránico es evitar tales atropellos, pero ante el hecho consumado se debe confiar en Dios que es indulgentísimo y misericordioso (S.4-A1.23).
La
indulgencia de Allah para con las debilidades humanas es tan generosa que no
hace falta ningún esfuerzo ascético para conquistar la plenitud paradisíaca.
Diríamos, forzando un poco las líneas de una reflexión, que no pretende entrar en dificultades
teológicas, que así como no existe una teología ascética, no hay en el Corán ni la sombra de un esfuerzo para alcanzar una cierta perfección espiritual.
Diríamos, forzando un poco las líneas de una reflexión, que no pretende entrar en dificultades
teológicas, que así como no existe una teología ascética, no hay en el Corán ni la sombra de un esfuerzo para alcanzar una cierta perfección espiritual.
Esto nos
obliga a considerar con atención el carácter religioso de este libro, porque si
bien se advierte en él una preocupación constante por confirmar el legalismo de
la “Torah” judía, existen también otras dos intenciones que conviene destacar:
en primer lugar, refutar los principios cristianos refundiendo la prédica de
Cristo en el ámbito del legalismo talmúdico y, en segundo lugar, provocar una
exaltación agresiva de la fe para servir un objetivo de conquista político
militar
El Antiguo Testamento es un libro religioso y aunque narra las peripecias del pueblo elegido en sus relaciones con Dios, el protagonista del drama es siempre Yavé, y hasta tal punto que el pueblo que recibe la revelación tiene valor en tanto muestra fidelidad a las verdades propuestas para su conservación y su difusión entre los hombres.
El Antiguo Testamento es un libro religioso y aunque narra las peripecias del pueblo elegido en sus relaciones con Dios, el protagonista del drama es siempre Yavé, y hasta tal punto que el pueblo que recibe la revelación tiene valor en tanto muestra fidelidad a las verdades propuestas para su conservación y su difusión entre los hombres.
El pueblo
israelita es una comunidad sacrificial que Yavé ha tomado para sí, como
vehículo de una finalidad esencialmente religiosa.
La relación
del Corán con el pueblo árabe, aparentemente, obedece a una disposición
semejante pero tiende a transformarse, a poco andar, en un instrumento de
agresión conquistadora. Todo cuanto podía haber de negativo en la
transformación del pueblo de Israel cuando rechazó al Cristo, aparece en el
Islamismo sin ninguno de los atenuantes que hacen tan complicada la situación
espiritual del judío moderno.
En este
último persiste siempre el sentimiento de su dependencia de un juicio divino
que lo obliga a un examen cuidadoso en la justificación de sus actos.
En una
perspectiva histórica puramente humana, el advenimiento de Cristo decepcionó la
expectativa mesiánica del judío. Esperaban que el enviado de Yavé los pusiera a
la cabeza de todas las naciones como pueblo sacerdotal, pero Jesús puso de
relieve la universalidad del mensaje religioso y colocó al primogénito a la
misma altura de los gentiles.
Esto hirió
profundamente el orgullo judío, se resintió y se cerró para siempre en la
clausura de una esperanza carnal orientada con preferencia a la destrucción del
cristianismo o a su corrupción en un mesianismo del aquende.
Los árabes admitieron del judaísmo un esquema de simplificación activista y violenta y rechazaron con desprecio todo cuanto en el cristianismo podía haber de profundo y misterioso.
Los árabes admitieron del judaísmo un esquema de simplificación activista y violenta y rechazaron con desprecio todo cuanto en el cristianismo podía haber de profundo y misterioso.
Consideraron
blasfemo hablar de Trinidad, porque no existía para ellos ni el más leve
interés en tomar la naturaleza de Dios como objeto de una meditación.
Eso era griego para ellos. Lo esencial es conocer la voluntad divina, que se expresa en la ley, y poner en ejecución sus mandatos, que consisten en conquistar las naciones por Allah.
Eso era griego para ellos. Lo esencial es conocer la voluntad divina, que se expresa en la ley, y poner en ejecución sus mandatos, que consisten en conquistar las naciones por Allah.
Si los otros
no “desisten de cuanto dicen, un severo castigo azotará a los blasfemos entre
ellos”. (Sura 5, Aleya 73).
Estos esquemas favorecen la acción y desconciertan a los preguntones que complican la fe con sus problemas. A lo largo del Sura 5, el autor del Corán se empeña en advertir que Cristo y María enseñaron la obediencia a la ley y en ningún momento se consideraron a sí mismos como divinidades, ni se compararon con Dios.
Estos esquemas favorecen la acción y desconciertan a los preguntones que complican la fe con sus problemas. A lo largo del Sura 5, el autor del Corán se empeña en advertir que Cristo y María enseñaron la obediencia a la ley y en ningún momento se consideraron a sí mismos como divinidades, ni se compararon con Dios.
Por esas
razones la prédica de Jesús debe inscribirse en una línea de absoluta fidelidad
a la “Torah” y no en la de esa falsa ruptura que alegan los cristianos.
No hay
misterio trinitario, ni encarnación, ni gracia santificante, y por eso se puede
decir con tranquilidad que el Islamismo rechaza formalmente la religión, pero
acepta reemplazar la voluntad de Dios con los designios de su fiereza
conquistadora.
No existe
el pecado original, ni la naturaleza caída; la mayor parte de las faltas se
borran con una simple penitencia exterior, porque en el fondo no constituyen
agravios a Dios, sino delitos disciplinarios que deben ser corregidos con la
férula del gobernante.
En sentido estricto y formal, el Islam no es una
religión, ni constituye un brote privilegiado de la tradición primordial. Es
una ideología, como afirma Rodinson, pero totalmente apoyada en el judaísmo y
sin otra complicación mesiánica que la imposición del Islam por la fuerza de
las armas.
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