Manifiesto Cristiano


Hace algunos años (1973) escribí el libro "Opción Política del Cristiano - Soberanía de Cristo o soberanía popular", unos de sus capítulos es el Manifiesto Cristiano, en contraposición al manifiesto comunista, iré publicando cada uno de sus puntos en las próximas entradas:

El Manifiesto Cristiano 
1.- La opción política del cristiano, lo mismo que cualquier otra opción humana, supone esa real liberación interior por medio de la conversión a Cristo, autor de todo poder y maestro de obediencia. 
El Manifiesto Cristiano, el programa de la Verdad que nos hace libres en el desprendimiento de bienes y poderes personales, es el Sermón de la Montaña. Allí está la definición de lo que es ser cristiano, su perfil esencial y estilo de vida; el fundamento de toda elección justa; el sí sí y el no no que debe sellar un compromiso definitivo. Allí está la razón esclarecedora de lo que hemos de aceptar y de lo que hemos de rechazar con firmeza en lo político que es lo primero en el orden temporal. Allí está fijado el criterio para discernir los medios más congruentes con el fin que debe orientar la opción política del cristiano: "instaurarlo todo en Cristo", según la clásica expresión de San Pío X.
El Sermón de la Montaña se inicia con las Bienaventuranzas que no tratan de la felicidad terrenal, sino de la felicidad eterna; ni aluden siquiera al bienestar social ni a la prosperidad de las naciones. Se refieren a la persona individual que somos cada uno de nosotros y en orden a nuestro fin último. Jesús se dirigió a sus discípulos y a las multitudes que lo seguían para enseñarles "la puerta angosta y el camino estrecho que lleva a la vida" y a la verdadera felicidad del cristiano: “Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque a ellos pertenece el Reino de los Cielos".
Adviértase que lo dice en tiempo presente; no como una felicidad que se va a gozar en el futuro, sino como una plenitud de ser que ya pertenece a los pobres en el espíritu. 
¿Quiénes son pobres en el espíritu o de espíritu, como se lee, de todo lo que poseen y de sí mismos; expropiados del juicio y de la voluntad propios para vivir enteramente según el juicio y la voluntad de Dios. Es el alma en la desnudez extrema de todo lo propio que se reviste de la Sabiduría y de la Caridad de Dios. 
La criatura inteligente y libre que al decir de San Juan de la Cruz ha alcanzado "el centro de su humanidad" con ayuda de la Gracia, ya no vive del propio espíritu, sino del espíritu de Dios y en el reino de los cielos. Tan sólo cuando el hombre asume conciencia de su insignificancia frente a la inmensidad de Dios, su indigencia se convierte en abundancia y su pobreza en riqueza. 
La última de las ocho Bienaventuranzas también se enuncia en tiempo presente: "Bienaventurados los perseguidos por causa de la Justicia, porque a ellos pertenece al reino de los cielos". 
No se trata, pues, de una dicha futura sino del gozo supremo que desborda inagotable en aquellos que son perseguidos por causa de Cristo. Participan ya en esta vida mortal de la Bienaventuranza eterna que también está prometida a los mansos, a los afligidos, a los justicieros, a los misericordiosos, a los puros de corazón y a los pacíficos. 
Las Bienaventuranzas culminan los dones que tienen su raíz en las virtudes sobrenaturales, sobre todo, en la Caridad, que es la mayor y la que informa y da sentido a las otras, en el Espíritu Santo.
La Caridad es el Amor divino que crea y que redime es el mandamiento que resume todos los demás y que Cristo nos dejó al exhortarnos a amarnos los unos a los otros como El nos amó, subrayando que verdaderamente ama el que está dispuesto a dar la vida por su amigo, como la dio El por el hombre.
Amar a Dios sobre todas las cosas y amar al prójimo como a sí mismo, es un sólo y único enunciado, una unidad de significación indivisible, porque amar al prójimo como a sí mismo es querer al otro como Dios me quiere a mí; no con un amor de posesión, sino de donación y servicio. Uno se ama a sí mismo en la medida de su capacidad de darse, de su disposición para servir. La más alta afirmación de mi propio yo, de mi persona, está en el sacrificio de los bienes y poderes que poseo, incluso de mi vida, por un ideal supremo: Dios, la patria, la familia, el amigo. 
San Juan de la Cruz afirma que "el alma está más donde ama que en el cuerpo que anima", puesto que es capaz de exponer su cuerpo al sufrimiento y a la muerte por amor. 
Los actos más propios y exclusivos de la persona como el acto de conocer y el acto de amar, la llevan más allá de sí misma; le permiten trascender su individualidad sustancial y su incomunicabilidad como supuesto único e independiente: conocer es llegar a ser el otro en tanto que es otro; amar es llegar a ser para el otro en el don de sí mismo. 
Y el acto supremo de conocimiento y de amor en la persona del cristiano, se expresa en estos versículos del Evangelio de San Mateo: "Quien halla su vida la perderá; y quien pierde su vida por mí, la hallará". (Mt. 10, 38-30).
Jordan B. Genta

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