Siguiendo con la publicación del Manifiesto Cristiano, hoy publico el segundo punto:
2.- El Sermón de la Montaña
prosigue detallando los rasgos que configuran el perfil moral del cristiano y
conducen a la Beatitud en el Reino de los Cielos que ya está realmente presente
entre los hombres.
La primera
advertencia del maestro a sus discípulos es definitoria y tajante en cuanto al
testimonio y estilo de vida: "Vosotros
sois la sal de la tierra... y la luz del mundo..." Quiere decir una
real presencia, un ejemplo viviente, la verdad militante, agónica, osada e
intrépida como Cristo mismo. Jamás insípido, ni desteñido, ni disimulado, ni
vergonzante. No puede esconderse la Ciudad de Dios que esplende sobre la ciudad
de los hombres, ni ponerse debajo del celemín la candela encendida; tienen que
brillar con la nitidez soberana de la definición. En el seno de la familia, en
la profesión, en la vida de relación, en la cátedra, en la opción política, "diréis solamente: sí, sí; no, no",
tal como nos manda Jesucristo más adelante. En orden a la Verdad de Dios y a
las verdades esenciales que son un reflejo de Dios en lo temporal —los
principios constitutivos de la familia, la propiedad, la escuela, la profesión,
la empresa económica, el Estado—; en el orden de los principios y esencias,
repetimos, el cristiano no puede aceptar el pluralismo de las opiniones y de
los criterios. Aquí debe sostener la verdad y combatir el error con idéntica
firmeza; no puede ceder un ápice ni conformarse a nada que sea lesivo del orden
natural, cuyo autor es el Verbo que nos ha creado y redimido.
Hay un pluralismo legítimo que el cristiano
puede y debe aceptar; pero es en materia opinable, o sea, en lo accidental y
contingente. Hay problemas humanos que admiten diversas soluciones y es prudente
la confrontación de criterios opuestos.
Es oportuno
insistir en esta cuestión del pluralismo para que un cristiano, católico
verdadero, no se equivoque en el compromiso político que asuma. En lo que se refiere
a la esencia y al fin de las instituciones sociales o, lo que es igual, a los
principios del orden natural, el pluralismo es ilegítimo, un grave y funesto
error en sus consecuencias prácticas, como se verá más adelante.
El Manifiesto
Cristiano insiste en lo fijo e inmutable, en todo lo que es definido y
definitivo en orden a la conducta: la Ley y los profetas inspirados no pasarán
nunca hasta el fin del mundo y se deberán cumplir hasta en el mínimo detalle en
medio de las cambiantes circunstancias. Es que la Ley contenida en los diez
mandamientos, dictada a Moisés en el Monte Sinaí, es una versión expresa de la
Ley natural, impresa por el mismo Dios en el corazón del hombre. La formulación
negativa —no adorar a otro Dios, no mentir, no matar, no fornicar, no codiciar
ni la mujer ni los bienes ajenos—, se comprende porque son prohibiciones de
hacer el mal dirigidas al hombre del pecado y librado a sus propias fuerzas.
La nueva Ley
de Amor a Dios y al prójimo que pone vigencia Jesucristo, no cambia a la
antigua, sino que la reviste de una expresión positiva; nos manda amar, obrar
el bien, lo cual implica evitar el mal; pero no prescribe nada nuevo, sino que
desde la Encarnación, la Gracia de Dios nos mueve a amar, a servir, a dar más
de lo debido, en la medida que consentimos a su constante solicitud e influjo
en nuestras almas. Por esto es que Jesús nos advierte que si nuestra "justicia no fuere mayor que la de los
escribas y fariseos, no entraremos en el reino de los cielos".
Quiere decir
que debemos cumplir esa nueva Ley en la letra y en el espíritu, sobre todo en
el espíritu, que es decir con buena voluntad, con voluntad que ama y abunda en
generosidad, obrando lo que es justo y dispuesto a dar siempre más.
Se trata para
el cristiano de obrar el bien y evitar el mal, incluso con el enemigo, con
quien es injusto con nosotros; responder con el bien al que nos hace mal,
cubriendo su falta con benevolencia, sin caer jamás en la ley del Talión.
Hay un pasaje
delicado en el Sermón de la Montaña que requiere un comentario especial para
evitar equivocaciones; se trata del versículo 39, del capítulo V de San Mateo: "Mas yo os digo: no resistir al
(hombre) malo; antes bien, si alguien te abofeteare en la mejilla derecha,
preséntale también la otra".
La
interpretación literal y directa de esta recomendación nos induciría a error y
nos apartaría de la justicia. El propio Jesús no dio esa respuesta al sirviente
de Caifás cuando lo abofeteó en su presencia; por el contrario le replicó
diciendo:
"Si he hablado mal, prueba en qué está
el mal; pero si he hablado bien, ¿por qué me golpeas?" (Jn. 28, 23)
Nos atrevemos a insistir en que Jesús,
confirmando la recta posición socrática ante la injusticia que padecemos,
quiere significar que el peor de los males es cometer una injusticia; aunque el
destinatario sea el que nos ofende o nos despoja personalmente, no es lícito
devolverle la injuria conforme el talión: ojo por ojo y diente por diente.
No es lícito
al cristiano resistir a la injusticia con injusticia; replicar al mal con otro
mal; responder con un golpe prohibido al que nos ha golpeado en forma desleal.
Por el
contrario, y en el orden estrictamente personal, lo mejor es responder al mal
con el bien, a la injusticia con la justicia que abunda, la cual excede por
amor lo debido al otro incurso en injusticia contra uno mismo:
"Y si alguno te quiere citar ante el
juez para quitarte la túnica, abandónale también tu manto".
"Y si alguno te quiere llevar por
fuerza una milla, ve con él dos". "Da a quien te pide, y no vuelvas
la espalda a quien quiera tomar prestado de ti". (Mt. 5, 40-41,42)
El amor y,
sobre todo, la Caridad de Dios, perfecciona la justicia de los hombres, con una
abundancia que va más allá de lo debido a otro; incluso más allá del que falta
a la justicia.
El pagano Sócrates sabía por la razón natural
que el peor de los males es cometer una injusticia, infinitamente peor que
padecerla; sabía también que la causa deficiente del mal es la ignorancia tan
frecuente en el hombre que existe para el saber y la verdad. Y la ignorancia
que engendra el mal es la del que no sabe y cree que sabe; pero más todavía la
del que no quiere saber. Claro está que en este último caso hay una perversión
de la voluntad.
Jordan B. Genta
No hay comentarios.:
Publicar un comentario