El poder y los signos en la jungla



FÁBULAS DE LA JUNGLA

El poder y los signos en la jungla

            La madre naturaleza siempre se manifestó como madre. Es decir, siempre se las arregló para que quienes se detengan a observar su transcurrir, no tengan dudas sobre lo que está bien o está mal. Su enseñanza perenne, su mandato inequívoco, su orden inmutable, no hacen otra cosa que confirmar su pedagógica educación, que cala hasta el alma misma del más desprevenido. Por ello, si alguien decide contradecir ese mandato, de inmediato siente por un lado, remorder su instinto, como por el otro, el inmediato reproche social.
            Esta visión cosmojunglar, no sólo se limitaba a una experiencia personal, sino que de su lectura se podía perfectamente proyectar y establecer protocolos de orden diverso, variado, que en sus efectos seguían a la perfección los principios generales. Todo esto facilitaba enormemente la convivencia, ya que al reconocer en el propio instinto ese precepto general, se ahorraban muchísimas y tediosas leyes reglamentarias.
            Ante los casos en los que se pudiera verificar algún tipo de conflicto o desorden, entonces cobraba relevancia la figura del león, en quien se depositaba la autoridad y el mando. Éste ostentaba el poder para interpretar a la madre naturaleza, y hablando por ella, reestablecía el orden y las proporciones, convirtiendo la indisciplina en decretos pletóricos de justicia y razón. Cada vez que se solicitaba la intervención de la máxima autoridad, éste aparecía adornado de atributos que consistían en corona, capa y bastón.  De esta manera nadie dudaba que lo que se decretara bajo esas circunstancias, tuviera el peso y el sello de la autoridad suprema. 
La corona simbolizaba la realeza que le era concedida por una doble vía. Si bien lo determinaba su carácter hereditario, también lo resolvía un grupo de notables y sabios, que haciendo gala de su experiencia, elegía sobre los herederos, al mejor. 
La corona resultaba ser un especialísimo adorno que sólo tenía asiento en la cabeza. Se pretendía mostrar aquí la verticalidad del mando, dado que la cabeza es el miembro más alto del cuerpo, pero al mismo tiempo hacía una clara referencia a la sabiduría. La corona embellecía también la inteligencia de quien mandaba, para asegurar que sus decisiones no fueran más nocivas que el problema mismo. El león tenía el deber de cultivar e iluminar su conocimiento con las enseñanzas de la madre naturaleza, para así prodigar justicia, razonabilidad y proporción con sus sentencias.
La capa simbolizaba el abrigo, la protección, el cuidado. Tenía el sentido de proteger de la injusticia y la arbitrariedad, al que estaba siendo juzgado. La capa era, de alguna manera, paternal, ya que no quitaba su mirada del que tenía que ser reprendido, pero lo hacía con los cuidados propios que todo padre tiene ante un hijo que, aunque reo, se encuentra en definitiva indigente. Sabiéndose abrigados por la misma, todos acudían al león sin temor, porque aun reconociéndose culpables, estaban seguros de hallar clemencia y misericordia bajo ese abrigo.
El bastón simbolizaba el rigor, la ley, la letra. Ley que debía ser atendida, aprendida y contemplada, pero nunca contradicha. Con el bastón en mano, el león escribía su sentencia, que aunque sabiéndola sabia, paternal y autoritaria, bastaba para que nadie se animara nunca a desafiarla. En el bastón estaba la autoridad que de momento servía tanto para amonestar y corregir, como para apoyarse y sostenerse sólidamente. El bastón era el fundamento que hacía de la sentencia un mandamiento.
En los tiempos que corrían, el león había relajado algunas costumbres reales y en más de una oportunidad se lo habría visto impartiendo justicia carente de sus atributos, lo cual despertó algún descrédito y crítica. Se sabe que si el que ordena y manda pervierte su conducta omitiendo aquello de lo que de él se espera, pues no es posible suponer que los que están llamados a seguirlo, conserven intacta la virtud de la obediencia. 
Como consecuencia de la alicaída fama del León, comenzaron a suscitarse casos y situaciones propias de una jungla en decadencia, en las que el Juez no sólo tuvo una demanda inusitada de trabajo, sino que también tuvo que enfrentar temáticas totalmente ajenas al común sentir junglar.
Se presentó así el caso de un canguro que, acudiendo a su potestad a muy tempranas horas y obligándolo a madrugar, expuso su caso.
–¡Oh omnipotente majestad!  -dijo el marsupial haciendo una demostrativa genuflexión-.  Comparezco ante vuestra autoridad para presentaros el dolor de un hijo díscolo. Mi vástago, sin haber adquirido aún la plenitud de la vida, decide apartarse del seno familiar, para constituir unión y familia con una hembra mayor que él.  Nosotros nos hemos negado, pero él no atiende razones y ha decretado rebeldía a nuestra decisión.  Sabrá su Majestad darnos el remedio para que nuestro retoño no se pierda, atraído por esas mieles, que al final tendrán sabor amargo e hinchazón, por las picaduras, que sabrán llegar por tratar de obtener algo que todavía no le corresponde.
–Hijo mío, –dijo el león pasando sus dos manos por su cabeza, tratando de achatar el revoltijo de su pelambre- ¿por qué detenéis el amor? ¿Acaso el amor inicia con el carnet de conductor y acaba con la jubilación? ¿Nadie os ha dicho que el amor no tiene edad? ¿Nadie os ha dicho que la época del amor es la vida entera?
–Bueno… sí, en líneas generales el amor no tiene edad ni época, pero las consecuencias del amor, sí las tienen y más en esta época.  –Declaró el mamífero sin retornar de su genuflexión, tal vez impedido por alguna lumbalgia-.
–¡De ninguna manera! ¡No impidáis el torrente del amor! Dejad que vuestro hijo experimente… dejad que saboree la vida… dejad que haga lío. –Sentenció el león metiendo dentro del pantalón el sobrante de su camisa tratando de ocultar una mancha nueva de licor añejo-. 
–Me retiro vuestra majestad. –Dijo el canguro perplejo, sin poder disimular la contrariedad en su rostro. No podía dejar de relacionar la falta de criterio del dictamen, con la probidad que debería emanar de sus atributos, esta vez en desorden o ausentes -.
–¿Hay otro asunto que tratar? –Preguntó el león a su secretario, mientras orejeaba el calzado, ya que había estado chancleteándolo durante la audiencia-.
–¡Sí, Majestad, tenemos un caso importante y que merece su atención! –Dijo el secretario tratando de ordenar algunos papeles y equivocando los sellos-.
–¿De qué se trata? –Preguntó con altivez el león, mientras orientaba con saliva sus bigotes-.
Al momento irrumpieron ante el león dos osos, que de sólo verlos causaban temor. 
–¡Hablen! –Ordenó el juez-.
–Nos presentamos ante vuestra hermosísima contemplación, para traer nuestro pesar. 
–¡Hablen de una vez! –Interrumpió el león perdiendo un poco la paciencia-.
–¡¡¡Queremos que triunfe el amor!!! –Gritó el oso de mayor porte, mientras era respaldado por su compañero con un gesto de aprobación-.
–¡Yo también! –Acompañó el león, mientras le sugirió al secretario que cerrara el asunto pasando al siguiente caso-.
–¡¡¡Usted no ha entendido!!! –Vociferó el otro oso, señalando con su garra al león-.  ¡¡¡Nosotros le venimos a pedir que reconozca nuestro amor!!!
–¡Pero por supuesto! –Apuró el león-, ¡traigan de inmediato a sus parejas que les concederé mi bendición!
–¡Mi pareja… está ante Usted!  –Respondió el oso de mayor porte volviendo serio su rostro-.
–¡¡¡Epa…!!! ¡Ahh…, claro, sí…! ¿Cómo no me di cuenta antes? Sí…, lo sabía, sólo que… -Decía mientras buscaba con una mirada furiosa al secretario, mientras éste se encogía de hombros al mismo tiempo que agrandaba los ojos-.
–…Ustedes vienen a mí, queridos… queridas… bueno… vienen a mí para que… de alguna manera… yo apruebe… que… entre ustedes… hay… bueno… cómo decirlo… ¿amor?... y… en fin… ¿están decididos?... ¿ya tienen, fecha, salón, lista de regalos, disc jockey, padrinos?... ¿O madrinas? En fin… ¡¡¡Ya puede besar a la novia!!!... –Gritó el rugiente para tratar de salir de ese incómodo momento. Pero haciendo un esfuerzo, siguió sin lograr recomponer su postura-. ¿Quién es la novia?... ¿hay alguna novia?... ¿Si no hay novia, hay de todas maneras torta?... Por quién porte las ligas, mejor no pregunto… ¿La luna de miel para ustedes también se llama así?... Claro, cómo no si son osos, que les gusta la miel… Sí, pero también les gusta… ¡¡¡Qué asco!!! ¡¡¡Basta!!! ¡¡¡Madre mía!!! –Reflexionaba el león quitándose la capa y aflojando el primer botón del cuello-.
Ante el desasosiego de la autoridad, el secretario corrió en su auxilio susurrándole al oído algún consejo.
–¡Está bien! –Sentenció el león-. Ustedes han acudido a mí, para que yo reconozca la relación que existe entre ustedes. No puedo menos que imaginar el amor de un padre hacia un hijo enfermo. No puedo menos que experimentar el dolor de un viudo. No puedo menos que aceptar el fracaso en el amor de un soltero. Si el amor es capaz de mostrarse y permanecer aún en medio de estas desgracias, aún revestido de dolor, ¿quién soy yo para juzgar este amor?

–Después de todo, -dijo extrayendo un voluminoso código- esto ya se trató hace tiempo en la jungla en presencia de todos los jefes cuando celebraron el SI.NO.DO.
– ¿El qué? –Consultó el secretario-.
–El SI.NO.DO es la conclusión que nos mandaron sacar respecto de múltiples y variadas problemáticas que se fueron presentando en la jungla, y que tuvimos que acordar cómo tratarlas en adelante.  La sigla significa: SI. NO te gusta lo que digo, te perseguiré,  DOnde quieras que estés. Con rima y todo… o más o menos.
Y volviéndose hacia los osos, los bendijo y acompañándolos hacia la salida los despidió arrojándoles arroz, deseándoles los mejores augurios, ya sin corona ni capa, aunque conservando todavía el bastón en la mano.
– ¿Algún otro asunto para tratar hoy? –Inquirió al secretario blandiendo y jugando con el bastón-.
–Afortunadamente ningún otro… es decir… los que estaban, al presenciar lo sucedido, se han retirado. –Confesó el auxiliar, no sin vergüenza-.
–Pues muy bien, pon orden aquí que seguramente mañana habrá más tarea, aunque espero, no tan temprano… me gusta dormir un poco más. –Decía, mientras que estiraba la mano alcanzando el bastón al secretario para que éste lo tome-. 
El secretario ocupado del papeleo, no advirtió el gesto del león hasta que escuchó el estrépito del mismo haciéndose trizas en el suelo.
Con la mirada atónita de ambos, el secretario reaccionó primero para lanzarse al suelo y tratar de reconstruir sin suerte, el poder fragmentado y disuelto del león. Sin embargo y disculpas mediantes, fue en vano el esfuerzo por tratar de presentar como sana, una realidad que ya no existía. 
El secretario, esperando una severa sanción, escuchó con asombro la declaración del león:
–Menos mal que se rompió. Ya me incomodaba bastante. De hecho había pensado en venderlo y repartir el dinero a los pobres… tengo varios parientes pobres-. 
–Voy a cambiar el bastón por el látigo, así podré atemorizar mejor a los que se me opongan, y verán y conocerán el dolor aquéllos que me juzguen inepto, siguiendo la política SI.NO.DO.  –Expresó el león con tono burlón pero sinceramente convencido-.
Y así fue, que varios opositores al régimen de esta “relatio”, se vieron expulsados por tratar de mantener la tradición de la jungla, movidos no por la ley y la justicia, sino por el castigo y el látigo que, tiránico, creaba por la fuerza una obediencia disciplinada, ciega, sorda y muda, configurando a la vista de muchos, aunque no de todos, la peor de las traiciones a la jungla.
Moraleja:
Si la autoridad se desviste de sus atributos cuando manda y decreta, ante los fieles  aparecerá desnudo.  

                                                                                                         
Jano Pithod

2 comentarios:

  1. Buenísima Jano! Uno se rie mucho pero después te querés agarrar la cabeza porque se presenta de manera cómica, pero es terriblemente real y actual!

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