DE LA MAGNANIMIDAD Y LA GENEROSIDAD
Si aspiramos a la santidad debemos tener un
corazón magnánimo y generoso. No contentarnos con pequeñeces para con Dios,
sino procurar hacer grandes cosas por Él dándole testimonios de amor.
Recordemos que así como no hay santidad sin virtud heroica, tampoco se puede
llegar al heroísmo sin la práctica de grandes actos de virtud.
Pero, ¿qué es la magnanimidad?
Santo Tomás de Aquino entiende por tal a “cierta tendencia del «ánimo» a
«cosas grandes» (quandam extensiones animi ad magna)”.
Es magnánimo aquel que se cree
llamado o capaz de aspirar a lo extraordinario haciéndose digno de ello. Éste
se dedicará únicamente a lo grande, que es lo que a él le va. La sinceridad y
la honradez son características propias de un espíritu magnánimo. Jamás callará
la Verdad por temor; y la adulación y las posturas retorcidas serán totalmente
evitadas.
La virtud de la magnanimidad
implica una inquebrantable esperanza. El magnánimo no se rendirá a la confusión
cuando ésta le ronde el espíritu.
Uno de los vicios opuestos a
esta gran virtud es la pusilanimidad.
Este horrendo pecado impide
realizar obras grandes por temor al fracaso. Lleva a uno a justificarse
diciendo que no es un santo. “Mirad que aunque no lo somos, es gran bien
pensar, si nos esforzamos lo podríamos ser, dándonos Dios la mano”
sentencia la gran Santa Teresa de Jesús.
No debemos ser temerarios
exponiéndonos a empresas superiores a nuestras fuerzas pues caeríamos en la
imprudencia y la presunción, que tanto desagradan a Dios. Pero si, luego de un
profundo y sincero examen, vemos que el Señor quiere de nosotros alguna obra en
particular o algún acto de virtud no debemos hacer marcha atrás, por más
difícil que parezca. Dios nos dará los auxilios necesarios. ¿Por qué dudar de
Él?
La pusilanimidad nos hace
mezquinos y soberbios.
Mezquinos, demasiado
preocupados por nosotros mismos, temeremos el riesgo, la fatiga, el sacrificio,
las críticas ajenas. Soberbios, ya que nos fiaremos más de nuestro juicio
errado que de Dios y de su gracia.
La generosidad es una virtud
relacionada con la magnanimidad, pero su campo es más amplio; porque no sólo
trata de las cosas grandes, sino a cualquier cosa que implique el servicio a
Dios. Por la generosidad, no calculamos, no nos reservamos nada, nos damos
totalmente a obrar con y por amor, tanto en las grandes empresas como pequeñas.
Únicamente el alma generosa es capaz de entregarse totalmente al servicio del
Ideal, a cumplir su misión. Y en este punto es preciso tener muy presente
aquello de la gran Santa Teresa: “¿Por qué limitarnos a caminar a paso de
gallina cuando Dios nos ha hecho capaces de volar como águilas?”
El alma generosa aprendió a
olvidarse de sí y piensa sólo en darse totalmente a Dios y al prójimo.
Podemos indicar un programa de
acción para el alma generosa. Pertenece a la Beata M. Teresa Soubiran: “Para
Dios, su beneplácito. Para el prójimo, su provecho a costa de uno. Para mí, lo
más penoso por agradar a Dios”. Y si cabe la fórmula, este programa
tiene una segunda parte que constituye todo un reto: “Dios -decía
Sta Teresa de Jesús- no se deja ganaren generosidad”.
Pidamos a Nuestro Señor
Jesucristo, en su Solemnidad como Rey del Universo y, por intercesión de Su
Santísima Madre la Virgen María, nos conceda la gracia de llegar a tener
un corazón magnánimo y generoso; para poder suplicarle con San Agustín: “Dame,
Señor, lo que mandas, y manda lo que quisieres”.
En la solemnidad de
Jesucristo Rey del Universo.
San Rafael, Mendoza,
23 de noviembre de 2014.
Prof. Daniel Omar González Céspedes
(Guardia de
Cristo Rey)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario