Ayer (13–X-2014) se publicó la Relatio de las discusiones de la III Asamblea General Extraordinaria del Sínodo de los obispos
que se está celebrando en Roma. Este documento ha suscitado una gran
polémica en la Iglesia, en relación con un tema tan importante como el
matrimonio y la familia.
Al comenzar este comentario de la Relatio,
1. es justo señalar en primer lugar lo mucho que hay de bueno en las propuestas de los padres sinodales. Es grato leer en la Relatio
preciosas líneas acerca de la familia como «escuela de humanidad», el
«deseo de familia» que permanece vivo en todos los hombres, la condena
del individualismo, la advertencia del peligro de la «fragilidad
afectiva» y de la «afectividad narcisista», la confirmación de la
indisolubilidad de la alianza matrimonial redimida por Cristo, el elogio
de la «fidelidad al sacramento» y de la «santidad cotidiana» o la
importancia de que la Iglesia acompañe a sus «hijos más frágiles», como
«la luz del faro de un puerto o una antorcha para iluminar a aquellos
que han perdido la dirección o se encuentran en medio de la tempestad».
2. Y es justo también indicar que es tarea muy difícil exponer con plena verdad en una síntesis breve lo
tratado por dos centenares de sinodales en numerosas intervenciones a
lo largo de una semana. Ahora bien, los trabajos muy dificiles, sobre
todo si han de ser realizados rápidamente, suelen hacerse en modo
deficiente.
3. El Cardenal Burke, Prefecto de la Signatura Apostólica, en una entrevista en «Il Foglio» ha declarado que la información oficial sobre el Sínodo «viene manipulada,
dando relieve solamente a una tesis [en línea con el Cardenal Kasper],
en vez de informar fielmente acerca de las varias posiciones expuestas»
en el Sínodo. Verdaderamente, al leer la Relatio podría dudarse de que en la asamblea sinodal hayan estado presentes e intervinientes, por ejemplo, Cardenales como Müller, Caffarra, Burke, Brandmüller, De Paolis, Pell, Martino, Ruini, Napier y
otras figuras notables de la Iglesia actual, que en los últimos meses
se han manifestado abiertamente contrarios a la orientación ayer
expuesta en la Relatio.
4. Más aún, advierte el Cardenal que, en estas
cuestiones sobre el matrimonio y la familia, «emerge una tendencia
preocupante porque algunos sostienen la posibilidad de adoptar una praxis que se separa de la verdad de la fe».
Veamos cuáles podrían ser estas doctrinas o praxis inadmisibles.
* * *
–Las uniones homosexuales
Acerca de esta realidad, tan fuertemente promovida por algunos lobbys, con el apoyo prácticamente total de las grandes Organizaciones internacionales, se dice en la Relatio:
«…La Iglesia, por otra parte, afirma que las uniones entre personas del mismo sexo no pueden ser equiparadas al matrimonio entre un hombre y una mujer [51]… [Ahora bien] Sin negar las problemáticas morales relacionadas con las uniones homosexuales, se toma en consideración que hay casos en que el apoyo mutuo, hasta el sacrificio, constituye un valioso soporte para la vida de las parejas» [52].
En derecho, es un lugar común que la suppressio veri suele ser equivalente a la suggestio falsi.
Es decir, que la omisión intencionada de una parte importante de la
verdad equivale a menudo a insinuar una falsedad. Por ello, es necesario
señalar que los eufemismos utilizados en estas frases no reflejan la
doctrina católica en absoluto y pueden dar lugar a creencias erróneas
sobre el tema.
Decir simplemente que las uniones homosexuales
«no pueden ser equiparadas al matrimonio» es engañoso. Tampoco se pueden
equiparar al matrimonio muchas relaciones buenas, como la amistad, los
equipos de fútbol o los contratos de arrendamiento. Pero con las uniones
homosexuales sucede algo mucho más importante: según la doctrina
católica son el producto de actos intrínsecamente desordenados, un hecho que es fundamental para comprenderlas, y que la Relatio omite. Del mismo modo, es rechazable la expresión «las problemáticas morales relacionadas con las uniones homosexuales». No hay «problemática moral» en las uniones homosexuales. Hay simplemente una inmoralidad grave, porque están basadas en un pecado grave.
Estos eufemismos llevan directamente a la
conclusión enunciada al final del párrafo 52: «hay casos en que el apoyo
mutuo, hasta el sacrificio, constituye un valioso soporte para la vida
de las parejas» del mismo sexo. ¿Valioso soporte?… Esta afirmación contradice directamente la enseñanza de la Iglesia sobre los actos homosexuales, que son los que definen ese tipo de uniones:
«…Apoyándose en la Sagrada Escritura, que los presenta como depravaciones graves (cf. Gn 19,1-29; Rm 1,24-27; 1Cor 6,10; 1Tm 1,10), la Tradición ha declarado siempre que “los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados” (Congregación para la Doctrina de la Fe, Decl. Persona humana, 8). Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual. No pueden recibir aprobación en ningún caso» (Catecismo de la Iglesia Católica 2357).
Si la propia Iglesia enseña que los actos
homosexuales son intrínsecamente desordenados, es decir, pecaminosos,
contrarios a la ley natural y que no pueden recibir aprobación en ningún
caso, ¿cómo puede un padre sinodal elogiar las uniones homosexuales
basadas en esos actos?
Una unión homosexual, en sí misma, es una estructura de pecado, porque
tiene su fin en un pecado y en ningún caso puede ser objeto de elogio.
Las cosas buenas que haya en una unión de ese tipo no provienen de la
unión, sino que existen a pesar de ella. En las acciones
humanas siempre hay una parte de bien, pero cuando pecamos esa parte de
bien queda reducida a un mero resto de bondad creatural en algo que el
pecado ha destruido. Es metafísicamente imposible que haya algo
absolutamente malo, pues lo malo es un no-ser, y ha de tener una
existencia apoyada en algún bien, que es el ser. En el caso de las
parejas homosexuales, la amistad entre ellos o ellas, que es un don
maravilloso de Dios, se ha deformado y pervertido por el pecado. Que
siga habiendo restos de amistad sana no hace que esas uniones
pecaminosas sean dignas de elogio, sino, al contrario, revela de forma
más clara cómo el bien que Dios tenía planeado ha sido carcomido por el
pecado.
Veamos, si no, qué sucede si la argumentación de la Relatio
se aplica a otros pecados. Un ladrón de bancos, por ejemplo, a menudo
ejercita en sus robos una buena cualidad, como es la valentía. El
mujeriego puede emplear gran cortesía con la mujer que quiere seducir.
El estafador es imaginativo, el avaro es austero y el juerguista
lujurioso quizá sea alegre y generoso. Sin embargo, resulta inimaginable
un texto de la Iglesia que elogie a los ladrones, mujeriegos,
estafadores, avaros y lujuriosos, tomando «en consideración» que hay
casos en que esas cualidades buenas mencionadas «constituyen un valioso
soporte» para sus vidas. Es evidente que, si usan esas cualidades buenas
para hacer algo malo, no son dignos de elogio. ¿Por qué,
entonces, se intenta tratar algunos pecados que están «de moda» –el
ejercicio de la homosexualidad, por ejemplo–, de forma totalmente
distinta a los demás pecados, como si en realidad no fueran tales
pecados? Es de temer que se trate de la influencia del mundo,
que se ve denunciado por la enseñanza moral de la Iglesia y desea
acallarla. Un deseo que desgraciadamente halla cómplices en algunos
católicos.
El error en este enfoque está en
presentar la parte de bien, que existe en toda conducta humana por
nuestra condición de criaturas de Dios, como si justificase el pecado o
lo hiciera más aceptable. Por ejemplo: alguien abandona a su
mujer «para rehacer su vida». Esos dos hombres forman una pareja
homosexual, «pero fiel y no promiscua», etc. Es decir, se usan los
restos de bien que el pecado aún no ha destruido del todo como excusa
para justificar que se siga haciendo el mal, lo que indica una malicia
diabólica. En cambio, la doctrina católica siempre ha enseñado que
absolutamente nada en el mundo justifica cometer un pecado. Nada. Y
menos un pecado mortal. Una afirmación que relativice su importancia
como si, de algún modo, se compensase con otras cosas buenas que haga la
persona es siempre errónea, está inspirada por el Padre de la Mentira.
Los elogios se vuelven aún más inadecuados si tenemos en cuenta que el apartado de la Relatio
dedicado a las personas homosexuales se titula simplemente «Acoger a
las personas homosexuales», sin ninguna llamada a la conversión, y sin
comunicarles lo que enseña la Revelación divina sobre los actos
homosexuales. En efecto, se omite señalar cuál es el camino que la Iglesia propone a las personas homosexuales:
«Las personas homosexuales están llamadas a la castidad. Mediante virtudes de dominio de sí mismo, que eduquen la libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana» (Catecismo de la Iglesia Católica 2359 ).
Esta omisión es especialmente grave, porque
oculta a las personas con atracción por el mismo sexo el plan de Dios
para ellos, es decir, la vía por la que pueden alcanzar la perfección
cristiana, la santidad.
–Las parejas de hecho
En el número dedicado a las «uniones de hecho», se repite esta misma tendencia a otorgar una cierta aprobación de actos pecaminosos:
«…En otros países, las uniones “de hecho” son muy numerosas, no por motivo del rechazo de los valores cristianos sobre la familia y el matrimonio; sino sobre todo por el hecho de que casarse es un lujo, de modo que la miseria material empuja a vivir en uniones “de hecho”» [38.
Del mismo modo podría decirse que la pobreza
«empuja» a la prostitución o al robo. En realidad, los «valores
cristianos sobre la familia y el matrimonio» incluyen no cohabitar si
uno no está casado, ya sea por no tener dinero o salud o por cualquier
otra razón. En consecuencia,cohabitar sin matrimonio siempre es «rechazar los valores cristianos». Por eso es un pecado.
Esta afirmación revela, además, un desprecio paternalista por los pobres,
que resulta muy poco cristiano. Va a resultar por ese camino que, según
el Evangelio, los ricos tienen un camino más expedito que los pobres
para vivir la santidad. En efecto, al sugerir que es propio de los que
viven en miseria material anteponer las consideraciones económicas a sus
principios morales, los está considerando cristianos de segunda
categoría, incapaces de vivir realmente el Evangelio, como supuestamente
harían los cristianos adinerados de los países ricos. Esto es falso no
solamente a la luz de la fe católica, sino a la luz de la misma
experiencia.
En realidad, este tipo de justificaciones suelen
ser más bien una excusa de quienes optan por convivir
extraconyugalmente. Así pues, no tiene sentido darles carta de
naturaleza en un documento eclesial, porque es una constante del ser
humano el intentar justificar sus propios pecados. Lo mismo hacen
quienes roban («no lo echarán en falta, porque tienen mucho dinero»),
odian («se lo merece»), envidian («es injusto que a ella todo le salga
bien y a mí no»), etc. La falsa justificación no sólo no justifica, sino que aparta del perdón y de la verdadera justificación, y arraiga a la persona en el pecado, porque no le deja reconocer la propia culpa.
Una pastoral caritativa, en estos
casos, consiste en ayudar al que se engaña a sí mismo a salir de su
engaño, no en confirmarlo en su extravío. Debemos aprender de Cristo,
que presentaba la verdad tal como es: «entrad por la puerta estrecha,
porque es ancha la puerta y espacioso el camino que lleva a la
perdición, y son muchos los que van por allí. Pero es angosta la puerta y
estrecho el camino que lleva a la Vida, y son pocos los que lo
encuentran» (Mt 7,13-14)
–Los divorciados vueltos a casar y la comunión eucarística
Finalmente, la Relatio incluye, casi literalmente, algunas propuestas que hizo el Card. Kasper antes de que comenzara el Sínodo sobre la recepción de la comunión por parte de los divorciados en una nueva unión:
«Con respecto a la posibilidad de acceder a los sacramentos de la Penitencia y de la Eucarística, algunos han argumentado a favor de la disciplina actual en virtud de su fundamento teológico, otros se han expresado por una mayor apertura a las condiciones bien precisas cuando se trata de situaciones que no pueden ser disueltas sin determinar nuevas injusticias y sufrimientos. Para algunos, el eventual acceso a los sacramentos debe ir precedido de un camino penitencial –bajo la responsabilidad del obispo diocesano-, y con un compromiso claro a favor de los hijos. Se trataría de una posibilidad no generalizada, fruto de un discernimiento actuado caso por caso, según una ley de la gradualidad, que tenga presente la distinción entre el estado de pecado, estado de gracia y circunstancias atenuantes» [47].
Esta propuesta es presentada como una novedad en el Sínodo sobre la familia de 2014-2015. Pero
parece ignorar que el Sínodo anterior sobre la familia, en 1980, trató
precisamente este tema y enseñó la doctrina católica sobre el mismo:
«La Iglesia, no obstante, fundándose en la Sagrada Escritura reafirma su praxis de no admitir a la comunión eucarística a los divorciados que se casan otra vez. Son ellos los que no pueden ser admitidos, dado que su estado y situación de vida contradicen objetivamente la unión de amor entre Cristo y la Iglesia, significada y actualizada en la Eucaristía. Hay además otro motivo pastoral: si se admitieran estas personas a la Eucaristía, los fieles serían inducidos a error y confusión acerca de la doctrina de la Iglesia sobre la indisolubilidad del matrimonio» (Exhortación apostólica postsinodal, 1981, San Juan Pablo II, Familiaris Consortio, 84)
Nótese que en ese documento del Papa se señalaba un motivo doctrinal (contradicción objetiva de su situación con el amor entre Cristo y la Iglesia), y otro pastoral (la posibilidad de error y confusión sobre la indisolubilidad). Doce años después, el Catecismo de la Iglesia Católica (1992) ahondaba sobre el mismo asunto:
«…El hecho de contraer una nueva unión, aunque reconocida por la ley civil, aumenta la gravedad de la ruptura: el cónyuge casado de nuevo se halla entonces en situación de adulterio público y permanente»… (Catecismo 2384)
También la Carta de la Congregación para la Doctrina de la Fe a los obispos de
la Iglesia Católica sobre la recepción de la comunión eucarística por
parte de los fieles divorciados que se han vuelto a casar, dos años más tarde (1994), reafirmó esta doctrina de la Iglesia:
«Por consiguiente, frente a las nuevas propuestas pastorales arriba mencionadas, esta Congregación siente la obligación de volver a recordar la doctrina y la disciplina de la Iglesia al respecto. Fiel a la palabra de Jesucristo, la Iglesia afirma que no puede reconocer como válida esta nueva unión, si era válido el anterior matrimonio. Si los divorciados se han vuelto a casar civilmente, se encuentran en una situación que contradice objetivamente a la ley de Dios y por consiguiente no pueden acceder a la Comunión eucarística mientras persista esa situación».
Por lo tanto, resulta inconcebible escuchar en un Sínodo de los obispos este tipo de propuestas ya condenadas repetidas veces por ser frontalmente opuestas a la enseñanza constante de la Iglesia.
La propia excusa de la naturaleza meramente «pastoral» de estas
propuestas también es contraria a esa misma enseñanza de la Iglesia, que
establece con total claridad que la práctica de no admitir a la
comunión a los divorciados casados civilmente tiene una motivación
pastoral, y no sólo doctrinal. Esta propuesta destruye la razón de ser
del Sínodo, ya que socava los cimientos de la enseñanza de la Iglesia, y
sustituye la estabilidad de la Cruz de Cristo, en torno a la cual gira
el mundo, por una Veleta en cambio permanente, que deja a los fieles
«zarandeados por cualquier viento de doctrina» (Ef 4,14).
–La comunión espiritual
Una objeción del Card. Kasper, contraria a la práctica de la Iglesia, que también ha sido recogida cuidadosamente en la Relatio, resulta lamentable por su ingenuidad:
«Sugerir limitarse [en los divorciados recasados] a la sola “comunión espiritual” para no pocos Padres sinodales plantea algunas preguntas: ¿si es posible la comunión espiritual, por qué no es posible acceder a la sacramental?» [48]
Este tema ya fue tratado en un artículo publicado por Bruno Moreno en InfoCatólica, titulado Polémicas Matrimoniales (II): la comunión espiritual. La respuesta a esta cuestión es evidente: la
práctica de la comunión espiritual consiste en un acto de «deseo» de
recibir la comunión, no en «la recepción» objetiva del Pan celestial,
Jesucristo. Un acto de comunión espiritual, en una persona bien
dispuesta, puede hacer que la persona reciba las mismas gracias que si
hubiera recibido la comunión eucarística. Pero en una persona que quiere
persistir en una situación de pecado grave producirá otras gracias
distintas, adecuadas a su situación particular, como la gracia del
arrepentimiento de ese pecado. Así pues, la comunión eucarística y la práctica de la comunión espiritual no pueden equipararse, y la objeción carece de sentido.
* * *
Como resumen, conviene resaltar que, entre los temas recogidos en la Relatio, hay varias afirmaciones inaceptables a la luz de la doctrina católica. Esto no es una mera opinión particular del abajo firmante, sino que ha sido señalado por diversos prelados, como el Mons. Stanislaw Gadecki, arzobispo de Poznan y presidente de la Conferencia Episcopal Polaca (el contenido de la Relatio es «inaceptable para muchos obispos»), el Cardenal Wilfrid Fox Napier o el Cardenal Burke (la Relatio usa un lenguaje «confuso» e «incluso erróneo»). Es cierto que el Papa ha querido que en el Sínodo haya un ambiente de libertad para favorecer la discusión; pero evidentemente esa libertad,
entre católicos y más aún entre obispos, nunca puede ser excusa para la
negación de la doctrina de la Iglesia. Es la Verdad la que nos hace
libres y no la libertad la que nos hace verdaderos.
El mero hecho de que se discuta lo indiscutible
será tomado por el mundo como una señal de que, para la Iglesia, la fe
católica ya no es indiscutible, al menos en algunas cuestiones. La
negación pública de la doctrina constante de la Iglesia por parte de
algunos obispos y cardenales inevitablemente hará pensar que esa
doctrina es solamente una opinión más entre muchas. Aunque la
Iglesia reafirme finalmente la doctrina católica (como no será de otra
manera), es de temer que, en muchas personas, el daño ya esté hecho.
Recemos por los padres sinodales y por el Papa, para que sepan
proclamar fielmente el Evangelio que han recibido, de modo que la
Iglesia siga siendo «la luz del faro de un puerto o una antorcha para
iluminar a aquellos que han perdido la dirección o se encuentran en
medio de la tempestad» (Relatio 23).
José María Iraburu, sacerdote
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