Cristo es Rey y debe reinar
Prof. Andrea Greco de Álvarez
En 1925 el
Papa Pío XI sacaba a la luz su Encíclica Quas
Primas, sobre el reinado de Cristo.
Esta gran Fiesta (se celebra este Domingo 26 de octubre en el Vetus Ordo y el 23 de noviembre en el Novus Ordo) nos debe hacer pensar sobre
el tema.
Reinado de Cristo y discernimiento de
espíritus
La Encíclica
empieza afirmando que la paz verdadera existe cuando Cristo reina (n. 1). La
misma Sagrada Escritura nos lo enseña cuando nos muestra los frutos de los que
siguen a Cristo: “el fruto del Espíritu
es amor, gozo, paz, longanimidad, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza. Contra tales cosas no
hay ley. Los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con las pasiones
y las concupiscencias” (Gal 5, 24). Ciertamente, los problemas del mundo y
la Iglesia actual tienen que ver con que Cristo no reina y Cristo debe reinar.
El
Papa Pío XI afirma “no sólo exhortamos
entonces a buscar la paz de Cristo en el reino de Cristo, sino que, además,
prometimos que para dicho fin haríamos todo cuanto posible nos fuese. En el
reino de Cristo, dijimos: pues estábamos persuadidos de que no hay medio más
eficaz para restablecer y vigorizar la paz que procurar la restauración del
reinado de Jesucristo”. El Papa escribía en esos años luego de la
tremenda experiencia de la Primera Guerra Mundial, la Gran Guerra, había sido
llamada. Jamás en la historia de la humanidad se había visto semejante
espectáculo de destrucción, de muerte, de terror. Todas las ilusiones del
progreso se habían derrumbado ante la cruda realidad. Sin embargo, el mundo no
aprendió y sobrevino una experiencia peor que fue la Segunda Guerra donde la
muerte y la destrucción adquirió proporciones gigantescas. En nuestros días, marcados
por la guerra y la persecución en algunos lugares, por el asesinato de
inocentes en otros ¿no sería hora de levantar fuerte la voz que repita esas
sabias palabras? “no hay medio más eficaz
para restablecer y vigorizar la paz que procurar la restauración del reinado de
Jesucristo”. Lamentablemente hoy se hace lo contrario. Se esconde esta
enseñanza de la Iglesia, se renuncia a la figura de Cristo Rey, se la esconde
detrás del Buen Pastor. Ambos son figuras de Cristo, Hijo de Dios, Verbo
eterno, Pastor de las almas y también Rey de los corazones y las naciones, que
tiene que reinar.
Además la Quas primas nos recuerda que “Ha sido costumbre muy general y antigua
llamar Rey a Jesucristo, en sentido metafórico, a causa del supremo grado de
excelencia que posee y que le encumbra entre todas las cosas creadas. Así, se
dice que reina en las inteligencias de los hombres, no tanto por el sublime y
altísimo grado de su ciencia cuanto porque Él es la Verdad y porque los hombres
necesitan beber de Él y recibir obedientemente la verdad. Se dice también que
reina en las voluntades de los hombres, no sólo porque en Él la voluntad humana
está entera y perfectamente sometida a la santa voluntad divina, sino también
porque con sus mociones e inspiraciones influye en nuestra libre voluntad y la
enciende en nobilísimos propósitos. Finalmente, se dice con verdad que Cristo reina en los corazones de los hombres
porque, con su supereminente caridad (Ef
3,19) y con su mansedumbre y benignidad,
se hace amar por las almas de manera que jamás nadie —entre todos los nacidos— ha
sido ni será nunca tan amado como Cristo Jesús. Mas, entrando ahora de lleno en
el asunto, es evidente que también en
sentido propio y estricto le pertenece a Jesucristo como hombre el título y la
potestad de Rey; pues sólo en cuanto hombre se dice de Él que recibió del
Padre la potestad, el honor y el reino
(Dan 7,13-14); porque como
Verbo de Dios, cuya sustancia es idéntica a la del Padre, no puede menos de
tener común con Él lo que es propio de la divinidad y, por tanto, poseer
también como el Padre el mismo imperio supremo y absolutísimo sobre todas las
criaturas” (n. 6). Como afirma
entonces el Papa, Cristo no es Rey sólo en sentido metafórico o simbólico sino
en “sentido propio y estricto”. Cristo es Rey por su naturaleza, por derecho.
Cristo es Rey y tiene que reinar.
Ámbitos del reinado de Cristo
¿En qué ámbitos
se da el reinado de Cristo? En todos. Cristo es Rey en el ámbito de lo
espiritual (en la inteligencia, en la voluntad, en el corazón), en el ámbito de
lo temporal, en el ámbito de los individuos y en la sociedad (sobre todos los
hombres, incluso sobre los no católicos). En los tiempos actuales, en los que
tenemos temor de hablar del reinado de Cristo aún entre los católicos ¡qué
decir de hablar del Reinado de Cristo sobre los no católicos! Pero eso es lo
que dice el Santo Padre “a todos los
hombres se extiende el dominio de nuestro Redentor, como lo afirman estas
palabras de nuestro predecesor, de feliz memoria, León XIII, las cuales hacemos
con gusto nuestras: El imperio de
Cristo se extiende no sólo sobre los pueblos católicos y sobre aquellos que
habiendo recibido el bautismo pertenecen de derecho a la Iglesia, aunque el
error los tenga extraviados o el cisma los separe de la caridad, sino que
comprende también a cuantos no participan de la fe cristiana, de suerte que
bajo la potestad de Jesús se halla todo el género humano” (n. 15.
Cfr. León XIII, Enc. Annum sacrum,
25 mayo 1899). ¿Quiénes son los que deben hacer posible el reinado de Cristo?
Nosotros, sus discípulos, soldados de su reino. Porque Cristo es Rey y tiene
que reinar.
Cristo rey contra el moderno laicismo
Uno de los grandes males de los tiempos que
corren es esta suerte de reedición de la antigua herejía arriana, resignificada
por el modernismo o progresismo. No en vano San Pío X enseña que "Abrazando con una sola mirada todo el
sistema [del modernismo], ¿quién podrá asombrarse de que Nos. lo definamos como
el conglomerado (collectum) de todas las
herejías? Pues a la verdad, si alguien se hubiera propuesto reunir en uno,
el jugo y como la esencia de cuantos errores existieron contra la fe, nunca lo
habría logrado más perfectamente de lo que lo han hecho los modernistas"
(Pascendi, n° 53). Así pues, si la herejía arriana negaba la divinidad de
Cristo, el modernismo o progresismo ha retomado esta herejía aunque de un modo
más sutil: no niega, en muchos casos, abiertamente y directamente la divinidad
de Cristo, sin embargo enfatiza tanto su humanidad que desdibuja y oculta
completamente su divinidad. En ese marco conceptual hablar de la reyecía de
Cristo acerca nuetro pensamiento a la divinidad de Cristo, de allí que para el
modernismo lo políticamente correcto sea hablar de Jesús el Buen Pastor y no de
Cristo Rey. Y sin embargo, Cristo es Rey y debe reinar.
El laicismo
moderno ha tenido un plan y una estrategia que el Papa desnuda en la Quas Primas cuando afirma: “Y si ahora mandamos que Cristo Rey sea
honrado por todos los católicos del mundo, con ello proveeremos también a las
necesidades de los tiempos presentes, y pondremos un remedio eficacísimo a la
peste que hoy inficiona a la humana sociedad. Juzgamos peste de nuestros
tiempos al llamado laicismo con sus errores y abominables intentos; y vosotros
sabéis, venerables hermanos, que tal impiedad no maduró en un solo día, sino
que se incubaba desde mucho antes en las entrañas de la sociedad. Se comenzó
por negar el imperio de Cristo sobre todas las gentes; se negó a la Iglesia el
derecho, fundado en el derecho del mismo Cristo, de enseñar al género humano,
esto es, de dar leyes y de dirigir los pueblos para conducirlos a la eterna felicidad.
Después, poco a poco, la religión
cristiana fue igualada con las demás religiones falsas y rebajada
indecorosamente al nivel de éstas. Se la sometió luego al poder civil y a
la arbitraria permisión de los gobernantes y magistrados. Y se avanzó más: hubo
algunos de éstos que imaginaron sustituir la religión de Cristo con cierta
religión natural, con ciertos sentimientos puramente humanos. No faltaron
Estados que creyeron poder pasarse sin Dios, y pusieron su religión en la impiedad
y en el desprecio de Dios" (n. 23).
El Papa con absoluta claridad denuncia los pasos del laicismo: 1°- negación del
imperio de Cristo, 2°- negación a la Iglesia del derecho de enseñar, 3°-
igualamiento de la religión cristiana a las demás y rebajamiento, 4°-
sometimiento de la Iglesia al poder civil, 5°- sustitución de la religión de
Cristo por una religión natural, religión del hombre. Si observamos con atención estos pasos, hoy
se pretende incluso dentro de la Iglesia de Cristo llevar adelante este
proceso. Pero esto no tendrá éxito porque Cristo es Rey y debe reinar.
La fiesta de Cristo Rey y el Cardenal Pie
Finalmente,
el Santo Padre establece en la Quas primas
la celebración litúrgica de Cristo Rey con algunas precisiones al respecto:
“Por tanto, con nuestra autoridad
apostólica, instituimos la fiesta de nuestro Señor Jesucristo Rey, y decretamos
que se celebre en todas las partes de la tierra el último domingo de octubre,
esto es, el domingo que inmediatamente antecede a la festividad de Todos los
Santos. Asimismo ordenamos que en ese
día se renueve todos los años la consagración de todo el género humano al
Sacratísimo Corazón de Jesús, con la misma fórmula que nuestro predecesor,
de santa memoria, Pío X, mandó recitar anualmente" (n. 30).
Como
observa el P. Alfredo Sáenz, el gran predicador contemporáneo del Reinado
Social de Cristo fue el Cardenal Pie, Obispo de Poitiers. Pues bien, el triunfo
más espléndido para la doctrina que el Cardenal había enseñado a fines del
siglo XIX fue la encíclica Quas primas
y la fiesta litúrgica que el Papa Pío XI estableció[1].
El ejército
del Anticristo enseñaba el Cardenal Pie está formado por distintos tipos de
soldados: los enemigos declarados de Jesucristo, los neutrales, y los
cristianos "hasta cierto
punto". Todos ellos, son los que se creen exentos de inclinarse ante
Aquel frente al cual "ha de doblarse
toda rodilla". Los primeros son los que militan activamente contra la
Realeza de Cristo, tratando de sustraerle los individuos y las naciones. Los
segundos, son los que postulan, en vez de la doctrina enseñada por Cristo, una
ciencia inventada por los hombres, autónoma y subversiva, olvidando aquello
que escribía el mismo Apóstol: "Dios
nos ha dado armas poderosas para destruir esta fortaleza filosófica donde te
refugias, para derrocar toda altanería que se eleve contra la ciencia de Dios,
y para cautivar toda inteligencia bajo el yugo de Jesucristo" (2 Cor.
10, 4-5). Los terceros, son quienes están dispuestos a aceptar tan sólo a un
Jesús restringido, limitado, a pesar de que, como enseña la Escritura, "plugo a Dios restaurar todas las cosas
en Jesucristo... a quien puso por cabeza de todas las cosas" (Ef. 1,
10-22), y someterle de tal manera la naturaleza entera que nada escapase a su
imperio (cf. Hebr 2, 8); no existe un cristianismo a medida del hombre, con
márgenes y reservas. Por desgracia, el "no
queremos que Cristo reine sobre nosotros" es un grito que encuentra
eco en no pocos católicos, especialmente aquellos que integran el llamado "catolicismo liberal". Pie
aludirá a ellos ampliamente en sus homilías y otros documentos, como expone el
P. Alfredo Sáenz[2].
¿Cómo pudo darse el proceso por el cual el hombre, que comenzó
sustrayéndose a la soberanía de Dios, acabaría por declararse a sí mismo
soberano, proclamando luego la soberanía del pueblo? Así lo explica Pie: "Era fácil preverlo. El hombre no había
cumplido una obra abstracta al proclamar sus derechos y al decretar su soberana
independencia; una apoteosis puramente metafísica, no lo hubiese satisfecho
por largo tiempo. Es propio de Dios amarse a sí mismo, dirigir todo hacia Él.
El hombre, convirtiéndose a sí mismo en su Dios, sólo fue consecuente al
encauzar todo hacia él mismo como a su fin último. La moral y el culto debían
constituirse en armonía con el dogma; y, una vez admitido el dogma de la
deificación del hombre, la idolatría de sí se convertía en un culto racional, y
el egoísmo era elevado a la dignidad de religión”[3].
Sin
embargo, debemos estar ciertos de que el clamor de los que gritan "No queremos que Este reine",
eco del satánico "Non serviam",
por resonante que sea, nunca será capaz de destronar a Jesucristo. Porque todos
somos súbditos de Dios, ya reconozcamos su autoridad, ya rechacemos su
soberanía. El mundo fue creado para su gloria. La soberbia del hombre nada
puede contra el imperio del Señor[4].
Por eso es que, lo quiera el mundo o no, Cristo es Rey y ha de reinar.
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