De la
ceremonia matrimonial a la parodia gay
La familia
siempre y aún en diferentes culturas ha sido considerada la célula fundamental
de la sociedad puesto que en su seno se transmite la vida y la cultura. La
familia da lugar al nacimiento de nuevas personas que perpetúan la sociedad
pero también es el inicio y origen del orden social sin el cual los hombres no
podríamos vivir en comunidad. Por esto es que a lo largo de la historia la
familia siempre ocupó un lugar desatacado y la ceremonia matrimonial ha estado
llena de simbolismos pues marca como un hito fundacional, el origen de la nueva
familia.
También para
la Iglesia la familia es la célula básica, es el santuario de la Iglesia
doméstica, donde las nuevas generaciones reciben el don de la fe, donde se
inicia la práctica de las virtudes, donde se encamina nuestro proceder moral.
Por eso también la Iglesia celebra el matrimonio incluso con un sacramento
instituido por el mismo Cristo.
Vale la pena
hacer un breve repaso histórico por la ceremonia de matrimonio en distintas
épocas y culturas porque esa ceremonia da cuenta de esta importancia social[1].
La ceremonia matrimonial azteca
El
matrimonio se celebraba luego de pactar un contrato de dote y la mujer era
conducida a casa del esposo con un gran acompañamiento, precedido por cuatro
mujeres con antorchas y numerosos músicos. El esposo esperaba a la mujer en la
puerta quemando en su honor hierbas sagradas. La conducía a una sala donde se
encontraba el sacerdote con los invitados y se sentaba con ella sobre un tejido
de juncos. A continuación el sacerdote ataba un extremo de la ropa de la novia
con otro de la capa del novio en señal de la unión conyugal; luego dos ancianos
y dos parteras los instruían acerca de sus deberes. Se quemaba incienso sobre
el altar del dios doméstico y se finalizaba con un banquete, durante el cual
era falta grave embriagarse. Cuatro días más tarde los esposos ofrecían a los
dioses el tejido de juncos en que habían pasado la primera noche.
La ceremonia matrimonial en la antigua Grecia
El carácter
religioso del matrimonio se ve con claridad en la antigua literatura griega,
donde se le daba el nombre de Telos, que significa "ceremonia sagrada".
En un principio la ceremonia se realizaba en la casa y la presidía el dios
doméstico; pero cuando el politeísmo Olímpico adquirió preponderancia se
comenzó a invocar a las otras divinidades.
La ceremonia
del casamiento constaba de tres partes: la primera ante el hogar del padre; la
segunda era la transición de la una a la otra; la tercera en el hogar del
marido (telos).
1a.
En la casa paterna y en presencia del pretendiente, el padre, rodeado por su
familia, ofrecía un sacrificio y declaraba en términos sacramentales que
entregaba la hija al joven, desligándola así del hogar paterno; la esposa
tomaba después el baño nupcial con agua sagrada y, terminada la última comida
que hacía en la casa paterna, vistiendo su traje de gala, esperaba ser llevada
a la casa del marido.
2a.
En ocasiones era celebrada por el marido mismo aunque en algunas ciudades la
misión de conducir a la joven correspondía al heraldo. Ordinariamente se la
colocaba vestida de blanco en un carro, llevando el rostro cubierto por un velo
y en la cabeza una corona; otras jóvenes la precedían y la seguían formando un
cortejo, al frente del cual iba la antorcha nupcial. Durante todo el camino las
jóvenes que forman el cortejo entonaban un himno, llamado Epitalamio o Himeneo, cuya
importancia era tan grande que daba nombre a toda la ceremonia.
Llegada la
esposa a la nueva morada, tras una lucha que simulaba un rapto, el esposo la
alzaba en sus brazos y la obligaba a traspasar la puerta cuidando que sus pies
no tocasen el umbral.
3a.
La esposa se acercaba al hogar y se colocaba en presencia del fuego sagrado,
que debía tocar después de ser rociada con agua sagrada; se recitaban algunas
oraciones, y finalmente ambos esposos compartían una torta, un pan y algunas
frutas.
EI matrimonio entre los francos después de la
conversión al cristianismo
Los francos eran
descendientes de los teutones,
una de las razas germanas, y pueden ser tornados como un ejemplo representativo
de
los bárbaros convertidos al cristianismo.
Al
casamiento precedían los esponsales, que contraían los prometidos bebiendo de
la misma copa, después de lo cual el Padre decía al esposo: «Te doy a mi hija para que sea
tu esposa y tu felicidad, para custodiar tus llaves y participar de tu lecho y
tus bienes, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo»,
y los presentes respondían «Así sea». El domingo la esposa era presentada a
los padres de su futuro esposo, y ese día ambos celebraban el Buen domingo
hablando libremente. La mañana de las bodas llegaba el esposo con los suyos a
la casa de la mujer, en la cual se habían reunido parientes y amigos. Llamaba a
la puerta y se mantenía una especie de diálogo entre los de dentro y los de
afuera, hasta que acudía la esposa y el esposo la ceñía con la banda simbólica.
Antes de salir aquella de la casa paterna se despedía de todo lo que había en
ella, encaminándose después a la casa del marido seguida del cortejo, yendo
los hombres a caballo, armados y con la espada desenvainada como para defender
a la mujer.
El sacerdote
bendecía a los esposos al pie del altar, cubría de flores sus cabezas y ellos
presentaban las ofrendas del pan y del vino. Después se trasladaban todos a la Capilla de la Virgen Madre.
Allí los padres recibían en el altar una rueca bendita, y la presentaban a la
esposa, que sacaba de ella algún hilo, indicando el trabajo a que se sentía
destinada. De regreso a la casa se realizaba un banquete y se entonaba el Himno marital.
A la mañana
siguiente asistían en traje de luto a una Misa de sufragio por los parientes
difuntos, asociando así -como dice el historiador César Cantil- «la alegría con el llanto, los
gozos de la generación con la severa meditación de las tumbas».
De la ceremonia matrimonial a la degeneración
paródica contemporánea
Hasta aquí,
como vemos, en diferentes culturas pre-cristianas y posteriormente también en
el cristianismo la ceremonia esponsal procuraba subrayar la importancia de la
familia, la bendición de Dios sobre esta unión natural y la principalísima
función social asignada.
Cómo es
posible que de aquello hayamos llegado en la actualidad a considerar “matrimonio”
a uniones que carecen en absoluto de “matriz” o en las que la sobreabundancia
de matrices impiden su uso natural. Obviamente que estas “familias” para poder
dar “vida”, sólo pueden hacerlo usurpando por compra, alquiler, inseminación o
adopción la vida que únicamente puede generarse donde hay hombre y mujer.
Hace apenas unos años creíamos que aquella
pesadilla de Un mundo feliz, escrita
por Aldous Huxley en 1931 era sólo literatura:
Cuenta Huxley que un grupo de estudiantes son guiados por el
propio Director del Centro de Incubación
y Condicionamiento de la Central de Londres (donde se producen los seres
humanos). En medio de la visita guiada el Director pregunta a los estudiantes
para comprobar sus conocimientos del mundo antiguo y perimido si saben lo que
significa la palabra padre. “Se produjo un silencio incómodo.
Algunos muchachos se sonrojaron. Todavía no habían aprendido a identificar la
significativa pero a menudo muy sutil distinción entre Obscenidad y ciencia
pura. Uno de ellos, al fin, logró reunir valor suficiente para levantar la
mano.
—Los seres humanos antes eran... —vaciló; la sangre se le subió a las
mejillas—. Bueno, eran vivíparos.
—Muy bien —dijo el director, en tono de aprobación.
—Y cuando los niños eran decantados... —Cuando nacían —surgió la
enmienda.
—Bueno, pues entonces eran los padres... Quiero decir, no los niños,
desde luego, sino los otros.
El pobre muchacho estaba abochornado y confuso.
—En suma —resumió el director—, los padres eran el padre y la madre.
La obscenidad, que era auténtica ciencia, cayó como una bomba en el
silencio de los muchachos, que desviaban las miradas—. Madre —repitió el
director en voz alta, para hacerles entrar la ciencia; y, arrellanándose en su
asiento, dijo gravemente—. Estos hechos son desagradables, lo sé. Pero la
mayoría de los hechos históricos son desagradables”.
La maternidad y la paternidad eran considerados en ese mundo futuro que
describe Huxley, hechos desagradables; “padre y madre” eran palabras
prohibidas, sustituidas por “lagarto y lagarto”.
Hoy sabemos que lo de Huxley era una profecía, pero los lagartos y
lagartos no se contentan con el laboratorio y hasta quieren la bendición
nupcial. Hace unos meses los vimos llevar a su hija de probeta para el
bautismo, la semana pasada dos lagartos fueron “bendecidos” por un sacerdote en
una parodia de matrimonio cristiano con vestido blanco y todo.
Al mismo tiempo que se sacraliza la parodia, el silencio cunde en el
resto de la jerarquía.
Pero no, la verdad debe ser proclamada, la verdad sobre la familia, la
verdad sobre el matrimonio, la verdad sobre la fe, la verdad sobre la Iglesia.
El combate de la verdad
El P. Alberto Ezcurra[2]
nos enseñaba hace algunos años que: “La verdad
une, pero la verdad divide. La verdad une a los que son de la verdad, a los que
reciben la verdad, a los que reconocen la verdad. Pero la verdad divide. Divide
porque quienes no reconocen la verdad, la rechazan, la enfrentan. Entonces la
verdad llama a la unidad, pero provoca división porque hay quienes no quieren
aceptarla”.
Y nos alertaba entonces a tener cuidado con una verdad que no sea
combativa! Porque, decía el P. Alberto, a veces a la verdad se la diluye, se la
disfraza, se la envuelve, se la empaqueta, se la presenta de tal manera que al
final no aparece como verdad. Esa verdad, así claro, no divide. Pero tampoco
vale la pena.
El “misericordeo” actual lleva a muchos a temer la defensa de la verdad.
Hasta nos quieren hacer pensar que decir la verdad, oportuna e inoportunamente
como enseña el apóstol, es falta de misericordia. Esto es falso. La mayor
misericordia para con el que está en pecado es enseñarle ese pecado con el
mayor amor posible y con la asistencia del Espíritu Santo, pero hacerlo. Es lo
que conocemos como corrección fraterna y, en muchos casos, hacerlo es obligatorio. Es, como decía Santo
Tomás de Aquino “limosna espiritual”. Pero
muchas veces no lo hacemos, callamos, preferimos el silencio o incluso orar en
silencio. Porque hablar compromete. Porque hablar puede llevar al otro a
reconocer el error o el pecado o puede llevarlo al odio. ¡Y hay que sobrellevar
las respuestas del odio!
Porque como también nos enseñaba el P. Alberto Ezcurra: “El amor y el odio son correlativos, van juntos.
Una verdad que es capaz, que puede llevar a morir por la ella, supone que
alguien es capaz de matar en contra de la verdad. Donde hay un mártir se supone que hay un asesino. El mártir ama
la verdad hasta morir por ella. El asesino o el tirano la odia hasta matar para
aplastar esa verdad”.
Y bueno, son las consecuencias de la defensa de la verdad. Sin embargo,
al mismo tiempo, debemos saber una verdad que no despierta resistencia, una
verdad que no despierta odio; una verdad que no es atacada, tampoco despierta
entusiasmo, tampoco convence a nadie, tampoco hace que nadie sea capaz de
jugarse por esa verdad. “En cambio,
cuando una verdad es capaz de entusiasmarnos, de dar sentido a la vida, de
llevarnos a luchar, nos hace amarla con entusiasmo, nos hace proclamarla. Esa
verdad así como despierta amor y adhesión despierta también odio, despierta
también rechazo”.
Por eso el P. Ezcurra nos enseñaba que uno de los graves problemas de
nuestro tiempo en general y que incluso entra en la Iglesia, y entra en el
catolicismo: es el querer ignorar la lucha, el querer evitar la lucha, el
querer ignorar la realidad de que "milicia
es la vida del hombre sobre la tierra".
Muchas veces nos señalaba que la gran tentación de nuestros tiempos es
evitar la cruz, es querer presentar un cristianismo a gusto de los hombres. “Fácil, un cristianismo falsificado como
vino con mucha agua. Un cristianismo en el cual se pone entre paréntesis algún
mandamiento que es difícil de cumplir. Ese cristianismo falsificado no es la
verdad de Cristo. Y una de las formas de querer evitarla cruz, dejar de lado la
cruz, el escándalo de la cruz, es precisamente presentar un cristianismo sin
lucha, sin combate”.
En algún catecismo puede leerse: "no hay que hablar de que la
Confirmación nos hace soldados de Cristo. No. Dejémoslo de lado; eso suena mal
eso suena feo. Suena a lucha, suena a combate". Ese pacifismo, que es
levantar los brazos y rendirse ante el enemigo. Ese pacifismo que consiste en
hacer la política del avestruz y meter la cabeza bajo tierra y decir "no
pasa nada", "todo es lindo, todo es bueno; vivimos en el mejor de los
mundos"; "sonríe que Dios te ama y toma mi mano hermano".
Hoy asistimos en el mundo y también en la Iglesia al intento de imponer
una “nueva moral”, una “nueva iglesia”. Pero esto está anunciado en la Sagrada
Escritura: “…llegará el tiempo en que los
hombres no soportarán más la sana doctrina; por el contrario, llevados por sus
inclinaciones, se procurarán una multitud de maestros que les halaguen los
oídos, y se apartarán de la verdad para escuchar cosas fantasiosas” (2 Tim
4,3-4).
Hemos de resistir dando testimonio. El primer testimonio de la verdad
que tenemos que dar, es el testimonio de la palabra. Es decir, no mentir,
rechazar la mentira; proclamar la verdad aunque cueste. Decirla verdad aunque
duela, anunciar la verdad, cueste lo que cueste, no disfrazar la verdad, no
escapar a la cruz, no escapar a la lucha.
Pero no solamente tenemos que anunciar la verdad con la palabra, sino
que tenemos que anunciarla con la vida. Es otra de las cosas. La gente de
nuestro tiempo está cansada de palabras. Por eso es más convincente, cuando
buenamente tratamos de anunciar la verdad no solamente con las palabras que
decimos, sino con el ejemplo de nuestra vida. Eso se da de una manera perfecta
en Cristo. Cristo es la verdad. No solamente dice la verdad, sino que es
"la verdad". Y Cristo con su vida da testimonio de la verdad.
Faltan unos
pocos días para el inicio del Sínodo de la Familia, faltan unos pocos días para
el Encuentro de Mujeres Autoconvocadas… urge defender la verdad, urge defender
la familia. Lo contrario además de herético, o cobarde, o traicionero, es
suicida.
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