EL REZO DEL ROSARIO ¿PELAGIANISMO, FARISEÍSMO?

A veces en el tiempo que nos ha tocado vivir pareciera que ciertas prácticas devotas, como el rezo del Santo Rosario serían un signo de neopelagianismo (reedición de la herejía de la antigüedad, siglo V, según la cual el ejercicio de la vida ascética y las buenas obras daba la posibilidad de la salvación) o para otros sería fariseísmo (aquella secta judía de los tiempos de Cristo, que fincaban la vida religiosa en cumplir una serie de preceptos). Sin embargo la vuelta del pelagianismo en nuestros tiempos fue denunciada por algunas voces durante las últimas décadas, en relación con el hecho de que lo que se ha llamado “hiper-activismo” (la confianza en los planes y en los proyectos humanos, creer que la Iglesia es resultado de la acción humana) que termina por vaciar la acción de la gracia y reduce completamente las capacidades del hombre.
Durante un curso de ejercicios espirituales en 1986, Ratzinger afirmó: «La otra cara del mismo vicio es el pelagianismo de los píos. Ellos no quieren tener ningún perdón y, en general, ningún don de Dios. Ellos quieren estar en orden: ningún perdón, sino justa recompensa. Querrían no esperanza, sino seguridad. Con un duro rigorismo de ejercicios religiosos, con oraciones y acciones, ellos quieren procurarse un derecho a la bienaventuranza. Les falta la humildad esencial para cualquier amor, la humildad de recibir dones más allá de nuestras acciones y lo que merecemos. La negación de la esperanza a favor de la seguridad ante la que ahora nos encontramos se funda en la incapacidad de vivir la tensión hacia lo que debe venir y abandonarse a la bondad de Dios. Así, este pelagianismo es una apostasía del amor y de la esperanza, pero, en lo profundo, también de la fe».
Por lo tanto, me parece que la clave está en el espíritu con que se realizan las prácticas piadosas. Debemos hacerlo desde la “humildad esencial necesaria para cualquier amor”.
Vaya pues esta historia de Santo Domingo y el Santo Rosario para instarnos a su rezo con humildad y amor.

SANTO DOMINGO DE GUZMÁN  Y EL ROSARIO DE LA VIRGEN

Nacimiento y génesis:
Santo Domingo nació en Caleruega (Burgos) a finales de 1171. Su padre, Félix de Guzmán, era noble acompañante del Rey. Su madre era la Beata Juana de Aza de quien Domingo recibió su educación primera. 
Cuando tenía 6 años fue entregado a un tío suyo, arcipreste, para su educación literaria. A los 14 años fue enviado al Estudio General de Palencia, el primero y más famoso de toda esa parte de España, y en el que estudiaban artes liberales, es decir, todas las ciencias humanas y sagrada teología. El joven Domingo se entregó de lleno al estudio de la teología.
Una gran hambre sobrevino a toda aquella región de Palencia. El corazón de Domingo no comprendía como a él no le faltaba nada y estuviese rodeado de valiosos códices y libros, mientras otros carecían de lo indispensable para vivir. Pronto fue entregando todo su ajuar a los pobres.

           En los oídos de Domingo martilleaban las palabras del maestro: «Un mandamiento nuevo os doy, que os améis los unos a los otros como yo os he amado,,. Un día llegó a su presencia una mujer llorando amargamente y diciendo: «Mi hermano ha caído prisionero de los moros». A Domingo no le queda ya nada que dar sino a sí mismo, decide venderse como esclavo para rescatar al desgraciado por el cual se le rogaba.
Domingo, no contento en una ocasión con dar a los pobres hasta sus vestidos, vendió sus libros con notas de su puño y letra, y al extrañarse algunos de que se privase de los medios de estudio, dijo, “¿Podría estudiar yo sobre pieles muertas, cuando hay hombres que mueren de hambre?”
Estos actos de Domingo conmovieron a Palencia; el Obispo de Osma, don Martín Bazán, que andaba buscando hombres notables para el Cabildo, rogó a Domingo aceptara en su catedral una canonjía. Tenía Domingo 24 años cuando aceptó la canonjía. Poco después, al cumplir la edad canónica de veinticinco años, fue ordenado sacerdote.
El Rey Alfonso VIII había encargado al Obispo de Osma, en 1203, la misión de dirigirse a Dinamarca a pedir la mano de una dama de la nobleza para su hijo Fernando.
El Obispo acepta y como compañero de viaje lleva a Domingo. Al pasar por Francia, Flandes, Renania e Inglaterra, Domingo quedo profundamente dolorido al ver que había grandes herejías. Los cátaros, los valdenses o pobres de Lyón, y otras herejías, procedentes del maniqueísmo oriental, lo llenaban todo e incluso tenían Obispos propios. Negaban todos los dogmas católicos, la unicidad de Dios, la Redención por la Cruz de Cristo, los Sacramentos, etc.
Enseñan los albigenses que existen dos dioses, uno del bien y otro del mal. El bueno creó todo lo espiritual. El malo, todo lo material. Como consecuencia, para ellos, todo lo material es malo. El cuerpo es material; por tanto, el cuerpo es malo. Jesús tuvo un cuerpo, por consiguiente, Jesús no es Dios.
También negaban los sacramentos y la verdad de que María es la Madre de Dios. Se rehusaban a reconocer al Papa y establecieron sus propias normas y creencias. Durante años los Papas enviaron sacerdotes celosos de la fe, que trataron de convertirlos, pero sin mucho éxito. También habían factores políticos envueltos.
En respuesta a todo esto, en 1207, empieza una nueva etapa de la vida de Domingo, con algunos compañeros, entre ellos su propio Obispo de Osma, se entrega de lleno a la vida apostólica, viviendo de limosnas, que diariamente mendigaba, renunciando a toda comodidad, caminando a pie y descalzo, sin casa ni habitación propia en la que retirarse a descansar, sin más ropa que la puesta, comprendiendo la necesidad de instruir a aquellas gentes incultas que arrastraban las herejías, determinó que su Orden fuera una Orden de predicadores, dispuestos a recorrer pueblos y ciudades para llevar a todas partes la luz del Evangelio. Funda diversos centros de apostolado en todo el sur de Francia. Pero reconociendo que para combatir las herejías era necesario una buena formación teológica, busca un buen Doctor en teología que diera clase todos los días, pues consideraba que, para ser buenos predicadores, primero debían ser buenos maestros. Más tarde, uno de sus discípulos en la orden sería la lumbrera más grande que haya tenido la iglesia universal: Santo Tomás de Aquino.
Santo Domingo fue un gran amigo de San Francisco de Asís, a quien visito y abrazó efusivamente.
Aparición de la Virgen y entrega del Rosario:
La misión encontró grandes dificultades pero la Virgen vino a su auxilio. Estando en Fangeaux una noche, en oración, tiene una revelación donde, según la tradición, la Virgen le revela el Rosario como arma poderosa para ganar almas.
Fue en 1208; su convento se encontraba en Prouille, junto a una capilla dedicada a la Santísima Virgen; Domingo le suplicó a Nuestra Señora que lo ayudara, pues sentía que no estaba logrando casi nada. Allí se detuvo a rezar durante 3 días seguidos; luego de durísimas  mortificaciones cayó como medio muerto. Fue entonces cuando la Virgen María se le aparece; en su mano sostenía un rosario y con hermosa voz le dice: «¿Sabes tú, mi querido Domingo, de qué arma se ha servido la Santísima Trinidad para reformar al mundo?... Debes saber que la pieza principal de la Anunciación fue la salutación angélica, que es el fundamento de todo el Nuevo Testamento; y por tanto, si quieres ganar para Dios esos corazones endurecidos, reza mi salterio»...
El rosario había comenzado a utilizarse en el catolicismo alrededor del año 800. En los monasterios se solían recitar los 150 salmos en el Breviario monástico, pero a los fieles que no eran sacerdotes ni monjes, al no poder seguir esta devoción (porque en su mayoría no sabía leer) se les enseñó una práctica más sencilla: la de recitar 150 avemarías. Esta devoción tomó el nombre de «Salterio de la Virgen».
Así fue que Santo Domingo de Guzmán a instancias de Nuestra Señora empezó a promover en sus misiones el rezo de una forma primitiva del rosario.
Dijo que lo predicara por todo el mundo, prometiéndole que muchos pecadores se convertirían y obtendrían abundantes gracias.  Domingo salió de allí lleno de celo, con el rosario en la mano. Efectivamente, lo predicó, y con gran éxito porque muchos albigenses volvieron a la fe católica.
Domingo, que no ignoraba el poder de la asociación en la plegaria, creyó útil aplicarla a la salutación angélica. La misma salutación del ángel “Dios te salve María” exigían que fuesen repetidas cierto número de veces. Pero la repetición podía engendrar la distracción del espíritu. Domingo pensó en ello y disribuyó las salutaciones orales en varias series, a cada una de las cuales unió el pensamiento de uno de los misterios de nuestra redención, que fueron, uno tras otro, para la bienaventurada Virgen motivo de alegría, de dolor y de triunfo.
La situación entre albigenses y cristianos estaba además vinculada con la política, lo cual hizo que la cosa llegase a la guerra. Simón de Montfort, el dirigente del ejército cristiano y a la vez amigo de Domingo, hizo que éste enseñara a las tropas a rezar el rosario. Lo rezaron con gran devoción antes de su batalla más importante en Muret. De Montfort consideró que su victoria había sido un verdadero milagro y el resultado del rosario. Como signo de gratitud, De Montfort construyó la primera capilla a Nuestra Señora del Rosario.
El 21 de enero de 1217, el Papa Honorio III aprobó definitivamente la obra de Domingo, la Orden de los predicadores o Dominicos.  En 1220 la herejía de los cataros y albigenses se había extendido por Italia. El Papa Honorio III determina una gran misión, pero en vez de poner al frente de ella algún Cardenal, encomendó la dirección a Domingo, que se entregó a la Misión. 
Santo Domingo murió el 6 de agosto de 1221 y fue canonizado por Gregorio IX en 1234. 
Los frutos del Rosario
El rosario se mantuvo como la oración predilecta durante casi dos siglos. Cuando la devoción empezó a disminuir, la Virgen se apareció a Alano de la Rupe y le dijo que reviviera dicha devoción. La Virgen le dijo también que se necesitarían volúmenes inmensos para registrar todos los milagros logrados por medio del rosario y reiteró las promesas dadas a Sto. Domingo referentes al rosario.
Promesas de Nuestra Señora, Reina del Rosario
·            Quien rece constantemente mi Rosario, recibirá cualquier gracia que me pida.
·            Prometo mi especialísima protección y grandes beneficios a los que devotamente recen mi Rosario.
·            El Rosario es el escudo contra el infierno, destruye el vicio, libra de los pecados y abate las herejías.
·            El Rosario hace germinar las virtudes para que las almas consigan la misericordia divina. Sustituye en el corazón de los hombres el amor del mundo con el amor de Dios y los eleva a desear las cosas celestiales y eternas.
·            El alma que se me encomiende por el Rosario no perecerá.
·            El que con devoción rece mi Rosario, considerando sus sagrados misterios, no se verá oprimido por la desgracia, ni morirá de muerte desgraciada, se convertirá si es pecador, perseverará en gracia si es justo y, en todo caso será admitido a la vida eterna.
·            Los verdaderos devotos de mi Rosario no morirán sin los Sacramentos.
·            Libraré bien pronto del Purgatorio a las almas devotas a mi Rosario.
·            La devoción al Santo rosario es una señal manifiesta de predestinación de gloria.

La Virgen del Rosario: ¡Vencedora de las batallas!
La batalla de Lepanto En la época del Papa Pío V (1566 - 1572), los musulmanes controlaban el Mar Mediterráneo y preparaban la invasión de la Europa cristiana. Los reyes católicos de Europa estaban divididos y parecían no darse cuenta del peligro inminente. El Papa pidió ayuda pero se le hizo poco caso. El 17 de septiembre de 1569 pidió que se rezase el Santo Rosario.  El 7 de octubre de 1571 se encontraron las dos flotas en el Golfo de Corinto, cerca de la ciudad griega de Lepanto. La flota cristiana, compuesta de soldados de los Estados Papales, de Venecia, Génova y España y comandada por Don Juan de Austria entró en batalla contra un enemigo muy superior en tamaño. Se jugaba el todo por el todo. Antes del ataque, las tropas cristianas rezaron el santo rosario con devoción. La batalla de Lepanto duró hasta altas horas de la tarde pero, al final, los cristianos resultaron victoriosos.
En Roma, el Papa se hallaban recitando el rosario en tanto se había logrado la decisiva y milagrosa victoria para los cristianos. El poder de los turcos en el mar se había disuelto para siempre. El Papa salió de su capilla y, guiado por una inspiración, anunció con mucha calma que la Santísima Virgen  había otorgado la victoria. Semanas mas tarde llegó el mensaje de la victoria de parte de Don Juan, quién desde un principio, le atribuyó el triunfo de su flota a la poderosa intercesión de Nuestra Señora del Rosario. Agradecido con Nuestra Madre, el Papa Pío V instituyó la fiesta de Nuestra Señora de las Victorias y agregó a las Letanía de la Santísima Virgen el título de "Auxilio de los Cristianos". Más adelante, el Papa Gregorio III
Conclusión:

Estoy convencido de que en la historia hay como constantes que se repiten como escenas ya vistas: una de ellas es que cuando el mundo se encuentra en problemas, es o porque el mundo dejó de ser cristiano o porque una parte de la Iglesia no está haciendo las cosas bien. En la época de Santo Domingo existían herejías contra la Madre de Dios y su divino Infante, hoy escuchamos lo mismo por las calles; antes existía un sector de la Iglesia que se estaba corrompiendo, hoy sucede algo similar. Pero Dios, nos envía signos para que podamos contrarrestar estos efectos. Él manda a sus santos para que sean nueva levadura del mundo y lo levanten por sobre el dominio del Príncipe de las tinieblas. En aquella época fueron los santos como San Francisco, Santo Domingo, Santo Tomás de Aquino, San Bernardo, y otros tantos santos que han edificado la Cristiandad.

Hoy, a casi mil años de ellos, un papa de tierras lejanas,  Juan P. II, al igual que Santo Domingo  que sistematizó los misterios del Rosario, comete la “osadía” de modificar ni más ni menos que el Rosario, oración legendaria y popular. Este Papa, místico y mariano por excelencia, en 2002, con toda su autoridad pontificia, introdujo los misterios de la Luz para dar mayor claridad a estos tiempos de tinieblas. La Virgen nos sigue enviando santos que difundan la devoción a su Rosario; con tantas facilidades, no debemos quedarnos afuera, seamos propagadores y practicantes de esta, la oración preferida de Nuestra Madre.


Menéndez Pelayo, Enrique: El rosario



El rosario


El altar de la Virgen se ilumina
y ante él de hinojos, la devota gente
su plegaria deshoja lentamente
en la inefable calma vespertina.


Rítmica, mansa, la oración camina
con la dulce cadencia persistente
con que deshace el surtidor la fuente,
con que la brisa la hojarasca inclina.


Tú, que esta amable devoción supones
monótona y cansada, y no la rezas,
porque siempre repite iguales sones,


tú no entiendes de amores ni tristezas:
¿qué pobre se cansó de pedir dones?
¿Qué enamorado de decir ternezas?
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