Demografía Salvaje



FÁBULAS DE LA JUNGLA

Demografía salvaje


Mientras la mayoría de los animales retozaba bajo la cálida brisa de una tarde otoñal, los horneros dibujaban planos para construir soluciones habitacionales de la mano y dirección del ama hornera, que apuraba las obras por la inminente rotura de los cascarones vasallos.

Las cebras, mientras cuchicheaban, se acercaban discretamente a la orilla del lago a beber, para no importunar al cocodrilo que, adormecido por la tibieza vespertina, no dejaba de mostrar algún tipo de respeto.

Los carpinteros no terminaban de decidir dónde cavar sus moradas, mientras picoteaban de aquí para allá, discutiendo entre ellos mismos cuál sería el madero adecuado.

Más reflexivas y pacientes las lechuzas, esperaban que el sol durmiera, para ofrecer la cena a los suyos, de acuerdo a lo que se presentara en la carta circunstancial del atardecer, sin atender a una dieta estricta.

Las jirafas, haciendo gala de una posición social más elevada, se habían alejado invitadas por unos ramales frescos y tiernos a los que no pudieron decir que no.

El hipopótamo, abstraído por su pereza dentro del lago, ignoraba todo lo que acontecía a su alrededor, filtrando la realidad con una profundidad relativa. Esto le provocaba una sensación de liviandad que lo llevaba a creerse ágil y elástico, aunque oculto de la vista de todos.  Mientras tanto, no se privaba de ejercer alguna conducta social, sosteniendo cada tanto acaloradas discusiones con los patos que, sin éxito, trataban de hacerle entender que mientras él se creía invisible, muchos pájaros lo utilizaban de pista de aterrizaje para proveerse de alimentos. Sin embargo, ninguna argumentación convenció al peso pesado de estar haciendo algún tipo de ridículo.  Más bien, si su retórica perdía fuerza, sumergía la nariz en el lago, y creyéndose desvanecido,  daba por terminada toda disputa y comunicación.

Nada hacía suponer cómo esa misma tarde iba a concluir, de la mano de algunas conejas que apareciendo en grupos nada despreciables y homogéneos, traían consigo un reclamo que despertó la atención de los más desprevenidos. Bajo la clara forma de protesta, se izó una bandera que dejó perplejos a la gran mayoría de los animales que, absortos, contemplaban el espectáculo.

Dividiéndose en grupos más o menos organizados, traían consigo carteles, pancartas y banderas con leyendas que el resto no supo cómo interpretar, ya que nunca nadie jamás se había atrevido a manifestar.

Con voces desafiantes, insultos y conductas indecorosas, exigían que se les autorizara a reprimir o suprimir su instinto reproductor, al grito de: -¡Queremos ser libres! ¡No queremos más hijos! ¡Nuestra misión en la jungla no es sólo la reproducción! ¡Somos los dueños de nuestros cuerpos! ¡Esterilización ya! –exigían, mientras venían detrás de ellas una veintena de conejillos pretendiendo algún tipo de alimento o atención-.  Éstas, con evidente desprecio los corrían del lugar reclamándoles que no las molesten mientras ejercían su derecho a manifestarse, con la amenaza de no prepararles la leche, o no ayudarlos con la tarea del día siguiente.

Ante lo insólito del reclamo, el alce de mayor cornamenta tomó la palabra y exigiendo silencio y orden preguntó:

-¿De qué se trata todo esto? ¿Qué es lo que están reclamando?-.

Y adelantándose una de las conejas más decanas, tomó la palabra:

–¡Venimos a decir basta!  ¡No queremos más este rol en la jungla! ¡Queremos que nuestros machos también se hagan cargo de esta tarea!

-¿Pero acaso los machos no les proveen alimentos? –preguntó con inocencia el alce.

-Bueno… sí…!!! -respondió la coneja mientras buscaba con la mirada la aprobación y apoyo de sus compañeras.

-¿Y entonces…? -preguntó el alce con tono de desconfianza.

-¡Queremos que se hagan cargo también de sus hijos! -dijo la coneja consolidando su postura.

-¿No toman acaso el pelaje de sus parejas para hacer los nidos? -insistió el mamífero buscando alguna excusa para reprender a los conejos avaros.

-…Sí, …sí… -contestó la coneja bajando el tono de voz.

-Pregunto nuevamente -dijo el alce perdiendo un poco la paciencia- ¿Qué es lo que están pidiendo?-

-¡Queremos que los machos también tengan el rol de madres! -dijo una segunda coneja, al ver que la primera dudaba mientras agachaba la cabeza.

El alce, mirándolas con perplejidad, se tomó unos instantes y con tono pícaro pero temeroso preguntó:

 -¿Quieren decir ustedes que los machos también tengan hijos?

-¡Sí! -gritaban algunas, mientras que otras al mismo tiempo decían -¡No!- y mirándose entre ellas, se volvían a contradecir.

El alce posó su mirada en una cebra que se había acercado para ver qué pasaba, y con cara de no entender le susurró al oído que iba a declarar en ese mismo instante una conciliación obligatoria.  Pero haciendo un esfuerzo por reponerse dijo con voz firme:

-¡¡De una buena vez necesito que hablen con claridad!! ¿Qué es lo que están reclamando?

-¡¡¡Eso!!! -gritó otra manifestante con el pelaje en desorden– ¡Queremos que los machos también tengan hijos, así nosotras podemos disfrutar de la jungla, como hacen ellos!

El alce, sin poder reponerse ni razonar sobre lo que estaba escuchando, buscó nuevamente la mirada de la cebra, pero ésta se había retirado discretamente con un gesto de… “de esta agua no he de beber”.  Y declarándose a sí mismo, y en defensa propia, totalmente incompetente, trasladó el asunto al león.

Las manifestantes absolutamente envalentonadas, retomaron sus cánticos, pancartas y banderas y se dirigieron al palacio real a presentarle al león sus reclamos. 

Movidos por el consejo del alce, un grupo de animales que todavía no salía de su asombro, tomó la delantera para advertir al león sobre lo que estaba pasando y éste viendo en ellos el estupor que traían, haciéndolos pasar, los escuchó atentamente. 

Unos primero, otros después, conforme iban llegando, se hacían presente ante el león para manifestar su apoyo y argumentar en contra de lo que habían vivido momentos antes en la jungla con las revoltosas.  El león, hablando con tono tranquilizador, les manifestó su agradecimiento y compromiso social y les pidió que le dejaran hacerse cargo del problema.  Todos los reunidos allí encontraron razonable el pedido y brindando su apoyo, dejaron que el león encabezara las negociaciones.

No pasó mucho tiempo hasta que comenzó a escucharse el griterío que proferían las conejas dando así la certeza de su inminente llegada al palacio real. 

El león, tomando el mando ante los que se habían anticipado a informarle, pidió que permanecieran allí para salvaguardar el lugar ante una posible incursión de las manifestantes al recinto real, derivando incluso a otros para apostarlos en las copas de las arboledas lindantes. 

De inmediato se organizó la custodia de los lugares de acceso y se apostaron machos, hembras y crías en todos los frentes susceptibles de perpetrar.  Otros más jóvenes y vigorosos, valiéndose de los cortinados, escalaban hasta las ventanas más altas para poder obtener una visión más completa respecto de lo que sucedía fuera.  Uno de ellos, alarmado por el peligro al que se enfrentaba el león, sugirió que un grupo saliera para custodiarlo por si fracasaba el diálogo, y que no fuera éste a ser sorprendido en su buena fe y atacado por la furia cunicular.  Movidos entonces por la prudencia, comandaron a los pumas con esta misión, pero al momento de salir se encontraron con que las puertas estaban cerradas por fuera. 

Se miraron con desconcierto, mientras buscaban casi con desesperación al poseedor de las llaves emancipadoras, pero al ver fracasado este intento, comenzaron a dudar del león y barajaron todo tipo de teorías respecto de por qué habían quedado ellos bajo llave, siendo que los que de verdad ponían en peligro la jungla estaban afuera y libres.

Al verse totalmente impotentes solicitaron silencio y exigieron a los que se encontraban en las ventanas más altas que comunicaran lo que estaba pasando.  La respuesta fue peor que el encierro mismo.  Pudieron ver cómo se acercaban las conejas con el torso totalmente desnudo, emitiendo gestos, sonidos y gritos de dudosa entidad animal.  Unos pocos pasos atrás, les seguían infinitos e insistentes conejillos creyéndose invitados a cenar, por esos senos que ofrecían aquéllas que reconocían como progenitoras, pero desconocían como madres. 

Agraviando al león, al que ni siquiera le permitieron hablar y reprimiendo a sus hijos, que no paraban de trepárseles movidos por el apetito insatisfecho, comenzaron a arrojar lo que encontraban a su paso contra el palacio.  El león reconociéndose sobrepasado por la insurrecta manifestación, se retiró del lugar asegurando su salvaguarda, pero manteniendo, bajo amenazas contundentes, la prohibición de dejar salir a los que dentro del palacio padecían encierro.

Fuera de sí, la mayoría de los conculcados en sus derechos, exigían al león abrir las puertas para detener incluso por la fuerza esta profanación, pero teniéndose que reconocer totalmente encadenados y vencidos, quedaron apesadumbrados, dolidos y traicionados por ver cómo, privados de toda posibilidad, los de afuera consumaban a sus anchas todas sus fechorías.

Apenas algunos animales de menor porte, beneficiados por esta condición, lograron escabullirse por las hendijas que ofrecían unos vidrios rotos y a modo de entrega y heroico martirio, formaron un cordón frente al palacio que impidió ciertamente no la profanación de afuera, pero sí el descontrol total. 

Estos pequeños que resistieron todo y mucho más, se ofrecieron enteros y por completo a una causa que bajo la mirada de algunos, no había que dar en pos del ejemplo que mostró y propuso el león.  Fueron así criticados y escarnecidos con los peores calificativos y mentiras durante mucho tiempo y paradójicamente fueron ellos prácticamente los que tuvieron que dar explicaciones y justificativos por pretender enfrentarse incluso por la fuerza a lo antijunglar. 

Queda hasta el día de hoy un rencor insuperable en el león, porque todos los testimonios tomados de aquella jornada, dejaban traslucir la pusilánime actitud de la jerarquía que abandonó a los suyos y sus principios, salvaguardando su propia integridad.

Moraleja:

Si los justos son callados y encerrados, de seguro los libres profanarán.

Jano Pithod 

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