FÁBULAS DE LA JUNGLA
Culto en la jungla
Como
cualquier otra organización social que se jacte de apoyarse en un basamento
permanente, único e inmutable, absolutamente todos los miembros de la jungla,
destinaban un día para el descanso, que incluía así mismo, un momento para el
culto. A nadie se le escapaba dedicar
parte de esa jornada para honrar con unción a la madre naturaleza, y como suele
suceder también, les había sido revelado con precisión el sitio para que el
mismo se llevara a cabo.
Se trataba de
un lugar no muy lejano en donde en medio de un valle, se erigía una caída de
agua que a modo de manantial, emanaba de manera permanente, un agua
transparente, fresca y pura, que movía a
todos a recrear los anhelos personales y sociales que se les presentaran día a
día. Hasta los loros más viejos hablaban
sobre la existencia de esa cascada que jamás dejó de bendecir a aquellos que se
presentaban con sencillez y humildad a rendir tributo. La emanación permanente de agua, despertaba
en todos la certeza de estar ante una renovación y corrección de conductas, que
puestas bajo su flujo constante, las purificaba con suavidad, sin producir
maltrato alguno ni dolor. Todos quedaban
limpios. En su trayecto de caída, el sol
durante el día y la luna en la noche, proyectaban una colorida luminosidad, que
simbolizaba para muchos el pacto permanente de atención y sustento al que se
comprometía la naturaleza para con todos sus hijos. Las pequeñísimas gotas que arrastraba el viento,
bañaban y fecundaban a todo aquel valle, que generosísimo en verde, follaje y frutos,
daba muestras suficientes de esa atención a la que todos acudían para saciar esa
hambre interior. La sola contemplación
del valle, devolvía a todos los propósitos para comportarse según el orden que
la naturaleza había soplado en sus oídos, manteniéndolos presente en su
memoria, sostenido por el inagotable flujo del manantial. Unos pocos momentos bastaban para dar
cumplimiento y satisfacción al culto junglar.
La vuelta
del valle también significaba otro rito, sólo que con ribetes más sociales ya
que mientras se cruzaban unos con otros, o se acompañaban en un sentido o en
otro, las charlas se volvían interminables, fraternales y jocosas. Quedaban en ellas plasmada la influencia
profunda que el valle dejaba en su interior.
La madre naturaleza se volvía ave, roedor, cachorro, follaje, estrellas,
agua, alimento, abrigo…. en una palabra todos se reconocían abrazados
armoniosamente por la jungla.
A punto de
abandonar el camino común que traía a todos del valle, las incipientes
bifurcaciones de arbustos, árboles y lianas, daban lugar a saludos nutridos de
ademanes, que se hacían entre ellos, para que cada cual tomara el que le
correspondiere según su madriguera. Sin
embargo en uno de ellos llamó la atención un chivo que seguido de algunos
buitres y otras rapiñas, invitaban a dar culto a la madre naturaleza.
¡No dejen de
visitar el sauce llorón! –Decían- ¡Recuerden rendir tributo a la naturaleza
señores! ¡El sauce los espera! ¡Milagrosas curaciones se prodigan por doquier!
¡Traigan sus pesares que encontrarán alivio aquí! –Proclamaba el chivo mientras
las rapiñas repartían imágenes de un añoso sauce que curiosamente no se
encontraba en el valle-.
El
puercoespín tomando uno de esos panfletos, se acercó al chivo y con curiosidad
preguntó. -¿No está hablando usted del
valle, no es cierto?-
No, bueno…
es más o menos lo mismo. –Respondió el
caprino-.
¿Cómo que es
lo mismo? ¿Qué cosas dice usted? –Preguntó el puercoespín comenzándose a
erizar-.
Es que ha
habido algunos sucesos cerca del sauce que han traído tranquilidad y curación a
algunos miembros de la jungla y por esa razón encontramos que debemos también
acudir allí para dar culto a la naturaleza.
-Pero esto
es nuevo -dijo el puercoespín no sin alarma-, el único lugar al que acudimos
para la purificación es al valle. Así ha
sido siempre y así debería seguir siendo para no profanar la jungla con cultos
indebidos en lugares no consagrados por la naturaleza misma.
-Al
principio lo entendíamos así, pero los hechos nos fueron mostrando lo
contrario. –Dijo el cernícalo incorporándose a la conversación-. La naturaleza se ha revelado a la lechuza
vizcachera que posando su mirada en el sol, permanece durante horas en actitud
orante sin que éste dañe sus retinas, para luego confiarnos los mensajes
recibidos.
-¿Ustedes
han visto eso? –Preguntó con desconfianza el puercoespín.
-¡Totalmente!
–Aseguró un carancho que repartía imágenes del sauce, junto con pequeños tramos
de cintas rojas, que según decían aliviaban un mal en la vista- ¡vamos cada
siete lunas a contemplar el milagro!
-Para mí,
aquí hay gato encerrado –dijo un caracol que recién ahora podía sumarse a la
conversación, aunque se sabía por testigos, que había salido del valle el día
anterior.
-¡Ojalá fuera sólo un gato! –Aportó
un ratón-
-¡Esto huele raro! –Dijo el zorrino,
mientras que con un gesto actoral, se tapaba la nariz-
Y ahí nomás saltó la liebre y dijo:
-¡Parece que aquí alguien corre más
rápido que todos nosotros! –Mientras miraba de reojo a las rapiñas-.
-Sí es cierto –concluyó el
puercoespín-, todo esto suena verdaderamente extraño. Deberíamos acudir al león para darle a esto
una solución definitiva.
-¡El león ya habló! –Dijo una voz que
hasta ese momento no se había oído-. Y
abriéndose paso de entre las rapiñas, apareció vestida con una túnica blanca
hasta el piso, la lechuza vizcachera.
-¿Cómo dice? –Preguntó el zorrino.
-¡Lo que han escuchado! –dijo la
lechuza hablando de modo pausado y suave-.
Hace tiempo que la naturaleza me participa vivencialmente de su
sabiduría. Soy la portadora de su
mensaje y me ha pedido que el sauce llorón se constituya como lugar de culto, y
que erijamos allí lo que se dará en llamar “el nuevo valle”.
-Mire, señora, disculpe usted…, valle
hay uno solo. Si usted quiere crear
otro, por favor, no lo llame valle, si no se expone usted a problemas legales.
–Dijo el puercoespín tratando de establecer desde el vamos, alguna diferencia-. Jamás existió más que un sólo lugar de culto,
dado que nunca la naturaleza habría hecho una revelación privada. Esto es muy extraño y deberíamos someterlo a
la autoridad.
-Le repito que el león está al tanto
y ha aprobado el proyecto –insistió la lechuza vizcachera, sin perder el tono
de voz-. Él me ha otorgado autorización para
ejercer el culto en el sauce, me ha autorizado a declarar que ese lugar es un
nuevo valle, y me ha concedido la propiedad del predio, desde donde está el
sauce hasta el río, que nace por la surgente del manantial del valle.
-¿Cómo? –Gritaron al mismo tiempo el
puercoespín y el zorrino-.
-¡Todo el territorio que comprende
desde el sauce hasta el río, es cuando menos diez veces más grande que todo el
valle mismo! –Reflexionó el caracol pensando en el posible espacio que se vería
obligado a recorrer si se establecía el sauce como nuevo lugar de culto-.
-¡¡Vayamos ya mismo con el león,
aunque esto nos obligue a retrasar este día de descanso!! –Propuso el zorrino-.
Ante el palacio real, se hicieron
anunciar y un mono fue el encargado de atenderlos mientras el león resolvía
algún otro asunto. -¡Adelante amigos! –Se
escuchó desde un salón contiguo, su voz-.
-Me dicen que traen ustedes
preocupación por el nuevo lugar de culto-.
El zorrino, el puercoespín y la
comitiva se miraron entre ellos asombrados ya que aún no habían expuesto el
problema, aunque el león sabía exactamente el motivo por el cual estaban.
-¿Pero cómo sabe usted a qué hemos
venido?- Preguntó uno de la comitiva.
-Casualmente llegó antes que ustedes
la lechuza vizcachera para adelantarme el problema y como sabrán, las vías
aéreas son más eficientes para acortar distancias. Esto me hace pensar que podríamos crear un
servicio aéreo para fletes… en fin… no… no importa ahora.
-¡Secretario! –Dijo el león alzando
la voz-. Comuníqueme más tarde con el
quebrantahuesos que quiero proponerle un negocio.
-¡Perdón! –Exclamó el león
volviéndose a la comitiva-. ¡Acérquense,
quiero que vean algo! –Dijo invitando con la garra hacia otra habitación-. Miren.
¡Esto es progreso! En esta
maqueta pueden observar ustedes el sauce, el río, y todo el espacio que
tendremos ahora para practicar el culto.
El sauce es el primer proyecto, que como verán tiene iniciadas las obras
y la lechuza vizcachera obtuvo la licitación para llevarlo adelante.
-¡¡La revelación…gran león… la
revelación…!! –Apuró la lechuza vizcachera-.
-Eso digo…, sí…, la revelación… -y
continuó-. En este mismo lugar, que como
pueden observar, es lo suficientemente amplio, vamos a construir veinticinco
valles más, para que en adelante cada cual elija el de su conveniencia. Van a tener todas las comodidades, transporte
interno por lianas, servicio de jugo de cocos con canilla libre, aleteos de
picaflores individuales para refresco acondicionado, servicios personalizados
de madrigueras para que puedan pasar el día allí, a precios muy convenientes y
familiares.
Se hizo un silencio que podría
haberse usado como ejemplo de la nada misma, porque ninguno de los que se
encontraba allí, atinó a pronunciar palabra, sumidos en una profunda
consternación.
-Mi Señor, -reaccionó la liebre-
usted propone como progreso, la creación de lugares de culto que dudosamente
con el tiempo podrán ser reconocidos como tales. Usted ofrece reemplazar lo que la naturaleza
creó y nos regaló, con uno, o mejor dicho, varios “altares” que de seguro
dejarán de ser de culto para convertirse en idolatría y que prolijamente nos va
a alquilar a precios familiares. ¿En qué
mejora esto a la jungla? ¿En qué ve
usted que la recreación pueda reemplazar a la purificación, sin dejar en el
camino consecuencias horribles? Es
evidente que usted no nos quiere mejores.
No nos quiere en armonía, limpios y penitentes. Es evidente que no nos quiere.
Y volviéndose a la comitiva dijo: –No tenemos más asunto que tratar aquí. No vamos a poder frenar esto que se ha dado
en llamar “progreso”, pero que entre nosotros sabemos perfectamente bien qué
nombre tiene. No nos verán jamás en
estos lugares. La idolatría no nos verá
nunca a la cara. Volveremos al valle
como hemos hecho siempre y así será hasta que la naturaleza nos llame a vivir
para siempre con ella-.
Y dando la espalda al león y a la
lechuza vizcachera, la comitiva se retiró en silencio y en formación casual
pero penitente, que podría haber prefigurado a la perfección una procesión profundamente
religiosa, para alejarse y huir de la idolatría para siempre.
Moraleja:
Si la fe es quitada de su lugar
natural, se vuelve antinatural. Dios
perdona siempre. El hombre, a
veces. La naturaleza, nunca.
Jano Pithod
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