Confusión en la Jungla



FÁBULAS DE LA JUNGLA
  

Confusión en la jungla


            Los tímidos rayos del sol empezaban a penetrar la tramada forestación junglar que servía de cobertizo a muchísimos amparados, que con gestos de estiramiento, agradecimiento y canto, se preparaban para dar comienzo a una jornada que prometía ser magnífica.

            Los primeros en iniciar sus actividades, como siempre, fueron los pájaros, que  entre risas y empujones revoloteaban buscando quizás alguna apetitosa larva o algún gusano desprevenido, para invitar así a su prole con un lujoso desayuno.  Incansables como suelen verse, volvían uno a uno con los buches llenos de las confituras más finas y  deliciosas, frente al aplauso de los pichones y los lamentos de la patrona, por tener que postergar la dieta un día más.

            Saludándose orgullosos entre los vecinos, volvían a refugiarse en el seno del hogar para disfrutar de lo adquirido por la generosidad de la jungla que nunca dejó sin refugio y alimento, atento al antiguo mandato de ser asistido en todo, al que por todo, se ocupa y preocupa temprano.

            Reconfortados por el manjar e invitados por un sobrepuesto sol, se dio inicio a la jornada que, si bien estaba repleta de actividades, no por ello se abandonaban las buenas costumbres de detenerse un instante a conversar con uno para preguntar sobre la salud de alguien, o con otro para ofrecer ayuda en lo que fuere menester.  Como era de prever, se sabía quiénes suelen ser las más dedicadas a estas tareas, y como siempre pasa, a otras se las trata de sacar de encima para no perder demasiado tiempo en conversaciones que no pasan de instigar a una crítica no muy constructiva.

            Mientras la paloma se alejaba corriendo del cuchicheo de varias cotorras, se cruzó con el camaleón que sirviéndole de cortina, lo utilizó de pretexto para cambiar de conversación ofreciéndole un exagerado saludo:

-¡Y qué cuenta don camaleón, en este hermoso día!-. 

            -Perdón, ¿me habla a mí?

            -Si pues, ¿a quién más?- contestó muy suelta la paloma.

            -¿Seguro que se dirige a mí?- insistió nuevamente.

            -¿A quién más si no?- repuso la paloma apoyando sus alas sobre su cintura.

            -Temo que me confunde con otro en esta jungla- contestó el camaleón sin reprimir las variantes coloridas que se sucedían sin pausa sobre su ser.

            -¿Confundirlo? ¡Qué gracioso!- se apresuró la paloma.  -¡Somos vecinos de siempre, y no recuerdo un momento en mi vida sin compartir este árbol con usted! ¿Está usted bien?- dijo la paloma alzando el tono de voz.

            -Perfectamente señora.  Sólo que no soy un camaleón. 

            -¿Qué no es qué?- dijo la paloma con gracia.  -¿Otra vez con sus bromas?-

            -No veo el motivo de broma- contestó con seriedad el indeciso.  -¿No ve acaso que soy un sapo?-

            -¿Un qué?, ¡vamos dejémonos ya de juegos, le doy conversación para escapar de las cotorras y me sale usted con que ahora es un sapo! ¿Y entonces, qué soy yo? ¿una princesa encantada? ¿Me tiene que besar mi marido para convertirme en cóndor? ¡¡Pobre… qué desilusión…!!- pensó en voz baja.

            -Mire… usted puede ser quien quiera, sólo le digo que yo no soy quien dice usted que soy- dijo el camaleón, mientras se retiraba por las ramas cambiando de color según el follaje por el que atravesaba.

            La paloma perpleja, se lamentó de su suerte mientras pensaba quién podría hacerse cargo del infortunio del pobre camaleón, que tal vez por la edad, desvariaba.

            Mientras avanzaba en su camino todavía pensativa, se cruzó con el castor con el que tenían también una relación de mucho tiempo y sabiéndolo igualmente amigo del camaleón, decidió detenerse para comentarle su desdichado encuentro.

            -Don castor, ¿dispone usted de un momento?- dijo afligida la paloma.

            -¿Me ha escuchado usted?- insistió levantando el tono de voz.

            -¡¡Perdón, me toma desprevenido!!- dijo el castor.  –El castor vive en la represa, apenas remansa el arroyo- contestó el mismo con cortesía.

            -¡¡No… le hablo a usted!!- dijo la paloma sonriente que interpretó un mal entendido.

            -¡Usted no ha entendido… le repito que el castor vive río abajo!- volvió a sostener el castor.

            -¿Sabe quién soy?- repuso el ave.  -¡La paloma vecina…, hemos vivido aquí mismo siempre y nos conocemos desde muchos años, nuestros hijos van juntos a la jungla para aprender sobre la madre naturaleza!-

            -¡Temo que me confunde, señora.  El castor vive más allá, ¡nosotros somos ratas! ¿Acaso está usted mal de la vista?-

            La paloma se alejó realmente preocupada por estos encuentros, pensando qué podría haberlos alterado en sus facultades, pero al mismo tiempo no encontraba explicación a la coincidencia patológica.  Decidió entonces volver a su nido a esperar a sus pichones con el almuerzo listo ya que había dedicado la mayor parte de la mañana en descifrar lo vivido.

            Mientras daba los toques netamente femeninos y maternales a la preparación de la mesa, observó por la ventana cómo la vecina lechuza de enfrente, apuraba con un ramillete de plumas en desuso, la higiene de la entrada de su casa.  Sin perder un instante, se cruzó y sin mediar protocolos vecinales y al grito de -¡¡lechuza, lechuza!!- se largó a contarle lo ocurrido con el camaleón y el castor.  Una vez acabado el cuento se quedó expectante frente a la vecina, esperando alguna reacción.

            La lechuza avanzando lentamente hacia la paloma poniendo suavemente su ala sobre su plumaje, le sugirió tranquilizarse y tomar un descanso.

            -Pobrecita paloma… esos pichones seguro dan mucho trabajo, yo sé lo que le digo… yo he sufrido mucho con mi familia- dijo mientras acompañaba con su ala un cálido abrazo.

            -¿No cree usted nada de lo que digo?- dijo la paloma manteniendo el abrigo del ala de la lechuza.

            -Bueno, tal vez habría que volver a visitar a nuestros amigos para ver qué dicen o cómo se comportan, para tratar de establecer si tienen algún problema o no-.  –Lo que de momento me preocupa señora es usted…-

            -Sí, ya sé- interrumpió la paloma.  –Le preocupa mi cansancio…, pero de verdad le digo que estoy bien, los hijos siempre dan trabajo, pero las alegrías que traen, curan y rejuvenecen incluso, hasta a una experimentada como yo-.

            -No me refería a eso exactamente- dijo con calma la lechuza.  –Porque desde que ha llegado usted aquí, me ha tratado de lechuza y con el tiempo que hace que nos conocemos, debería saber que soy tero-.

            -¿T… t… te… tero…?- Preguntó casi con resignación la paloma.

            -Vaya mija, haga caso de la experiencia, que yo también he criado pichones, y tome un descanso que luego seguimos hablando-. Sugirió la lechuza mientras daba vuelta para entrar a su nido.

            -¿Tero?- Seguía preguntándose la paloma, mientras volvía marcando el paso sin disimular ese sentimiento encontrado entre enojo y perplejidad, para esperar a los suyos con el almuerzo listo para servir.

            Transcurrido el almuerzo en paz y orden, la paloma había decidido guardar silencio respecto de la extraña mañana transcurrida.  Uno de sus pichones tal vez advirtió que algo le incomodaba, pero casi al pasar preguntó: -¿Te pasa algo mami?-. Pero por toda respuesta sólo recibió un rápido movimiento de cabeza con gesto negativo.

            Comenzando la jornada vespertina, la paloma había despachado a toda la familia a sus quehaceres habituales y tomando nuevo impulso y profunda respiración, abrió la puerta y salió decidida a terminar con sus obligaciones.  Lamentablemente para ella, al poco nomás de andar se cruzó con el picaflor, que adelantándose en cortesía la saludó quedando suspendido en el aire configurando a todo un caballero. 

            -¡Buenas tardes paloma, se ve que lleva apuro…!

            -A ver don…- dijo la paloma casi con desprecio.  –Terminemos rápido con esto.  ¿Usted quién es?

            -¡¡Ahh!! veo que ya lo ha notado- contestó el picaflor sin perder su postura.

            -Lo que noto es que con cada uno que me cruzo, me mira con pena porque al parecer, no me doy cuenta de quién es quién.  ¡Vamos, llevo apuro! ¿Quién es usted?-

            -Bueno… entre nosotros debería decir que soy un cardenal, sin embargo a usted no la voy a engañar-.

            -¡¡¡Pero por la madre naturaleza!!! ¿Me podría explicar alguien qué está pasando?- Exigió la paloma, casi tomando al picaflor del cuello.

            -Venga, busquemos un lugar más retirado para no quedar expuestos… disimule-.  Y alejándose apenas un poco bajo una enramada de hiedra y jazmín, el picaflor confesó.  –Me tomo este atrevimiento dado que es evidente que usted no ha sido alcanzada por la “Nueva Fidelidad”.

            -¿La nueva qué?- Interrogó la paloma perdiendo toda postura.

            -La Nueva Fidelidad es una constitución reglamentaria que afecta a toda la jungla y hace que aquellos que creíamos conocer como unos, se presenten ahora como otros.  Ya no serán los mismos incluso en los más mínimos detalles.  Realmente parecerá que no les hemos conocido nunca.

            -¿Pero… y usted…?- Sugirió la paloma.

            -Yo fui uno de los pocos que se opuso a esta nueva forma de vida.  Yo trabajaba para el palacio real, combinando y reuniendo los distintos néctares que se encuentran en esta jungla para así unir y entender a todos, para que todos puedan sacar el mejor provecho posible y hacerse uno con la madre naturaleza.  Pero claro, esta “Nueva Fidelidad” tira por tierra todo mi trabajo, porque cómo puedo reunirlos si no sé quiénes son o cómo se llaman.  El encuentro con la madre naturaleza se hace imposible.   No hay significado, esencia, orden… no hay unión… no hay madre… no hay naturaleza…. a partir de ahora puede usted ser cualquiera, lo que equivale a decir que no es nadie.  Y si se cree alguien, pues ese alguien está vacío, o sea, no es nadie.  ¿Se lo repito?

            -¿Pero… y usted…?- Insistió la paloma.

            -¡¡Yo fui injustamente despedido!!- Sentenció el picaflor dando un fuerte puñetazo a la enramada.  -¡Claro! según dijeron, si no aceptaba esta fidelidad, entonces ponía mal espíritu, desobedecía al león, seguía doctrinas condenadas por entrepiches, que mi manera de pensamiento no había sido aprobada… y cuántas cosa más.  Por último, un mono masivo de comunicación me notificó sobre mi despido, el cual aclaré que se hacía sin justicia ni razón.  Y aquí estoy… delante de la mayoría soy cardenal, pero frente a unos pocos sigo siendo picaflor.  Pero no me quejo.  Así me encuentre solo sabiendo lo que soy, daré batalla, y ahora que la conozco, me doy cuenta que habrán otros también que servirán para reestablecer lo que la jungla debe ser.  No será fácil, pero no debemos desfallecer.

            -¡Cuente usted con los míos!- Declaró la paloma.  –Formaremos la Guardia que reconstruirá esta jungla y dará a cada uno lo que le corresponde, empezando por lo que deben ser, y sabiendo lo que son, sabrán lo que deben hacer.  Ése será el fermento que sólo en base al sacrificio, al trabajo y la entrega, revertirán esta constitución antijunglar que sacrifica el todo para la nada.  Haremos la contrarrevolución sacrificando la nada, es decir, nosotros, para el todo.  Es nuestro momento… el león ha caído en cesación de credibilidad, es decir, que cuando habla, nadie le da crédito… diríamos en un lenguaje de nueva fidelidad, entró en default.   Y nada de mitos, a partir de ahora yo soy y seré paloma y usted picaflor hoy, y para siempre.

            Moraleja:

            Si por obediencia se cambia, el que cambia, miente.




                                                                                                                      Jano Pithod

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