Cónclave en la Jungla



FÁBULAS DE LA JUNGLA

Cónclave en la Jungla


            Los fines de jornada es esa siempre y la misma escena en donde los vecinos se encuentran.  Mientras unos remozan sus madrigueras y nidos, otros comparten algún refrigerio, o simplemente dan rienda suelta a la amigable conversación que hacen que unos y otros pongan en común vivencias, como si fueran todas propias.

            Todas las tardes son coloquiales, acompañadas por esas tareas que más que obligaciones son el pretexto para provocar el encuentro.  Nadie sale sin su especialidad recién elaborada para compartir, o la sugestiva invitación que produce ver sillas vacías, que el vecino atento y presuroso, comprende sin duda la cortés e  ineludible invitación. 

            Siempre fue así, ya que son siempre los mismos que sólo el paso del tiempo fue modificando los rasgos en sus rostros, o la encorvadura en sus espaldas, aunque los modos y los afectos parecen haberse estancados en algún proceso que inexplicablemente el paso del tiempo no alteró.

            Pero como también sucede, algún vecino nuevo, suele aportar experiencias que no son tan propias de la tradicional vecindad y promueven alguna que otra discusión.  Pues éste fue el caso de un recién llegado que anidando en las proximidades de la arboleda, sin perder tiempo, salió al encuentro de sus nuevos vecinos para integrarse lo más rápidamente posible.

            ¡Hola amigos! –Gritó con fuerza el camaleón- ¡Soy nuevo por aquí, pero me han dicho que todos son muy buenos!  ¡Pueden contar con nosotros para lo que gusten! –Insistió con una sonrisa-.

            ¡Bueno, bienvenidos! –gritó una comadreja que no tardó en ocultarse-.  

¡No dejen de arrimarse por aquí! –Dijo el búho mientras mostraba orondo algunas lombrices en sus garras-.

Bien, muchas gracias –dijo con tono amable el camaleón mientras tomaba una lombriz-, nos hemos mudado recientemente y queremos conocerlos a todos.  Es lo que corresponde. 

¿Y sí, cuéntenos un poco a qué se dedica? –Dijo con dificultad el búho mientras saboreaba su convite-. 

Mire –dijo el camaleón agravando sus voz- yo trabajo para la casa real ¿vio?... bueno en fin… para el león…, llevo con él mucho tiempo, y pertenezco a una comisión muy importante… verá usted…, aunque no siempre me dediqué a esto.  Antes más bien, tenía ocupación en el Valle, pero mi actual camaleona, supo cautivarme con sus colores y largué todo…

¡Ahh… no demore amigo, diga usted de qué comisión se trata! –Apuró el búho-.

Y bien… sí… yo soy el representante legal que se ocupa de juzgar en esta jungla los delitos de lesa animalidad.

¿Lesa qué? –Dijo el búho haciendo un esfuerzo por no atragantarse-.

Así como lo escucha…. lesa animalidad –confirmó el camaleón-.  Es que desde hace un tiempo, junto con el león, hemos venido trabajando para impedir que se produzcan en la jungla, situaciones que nunca antes habían sido denunciadas, pero que no por ello, dejan de suceder.  Y como consideramos que no podemos pasar por alto tales faltas, pues hemos puesto en funcionamiento esta comisión.

¿Lesa qué?, ¿delitos?, ¿faltas?, ¿de qué corno está usted hablando? –Preguntó el búho agrandando aún más sus ojos-.

Le explico.  –Dijo el camaleón asumiendo una postura docente-.  Lo que primero deben entender todos los habitantes de la jungla es que la ley es igual para todos.  Y cualquiera que quiera tener dentro de la ley un trato privilegiado, cae inexorablemente en este delito.

Bueno… si… -dijo el búho- la ley es igual para todos, pero justamente lo que nos distingue o nos desiguala, es el derecho.  El derecho es justamente la garantía que nos pone a todos ante la ley.  Es allí donde justamente las posibles desproporciones o desencuentros entre los iguales, llevan a allanarse ante la autoridad para establecer qué es lo que se le debe a cada uno.  Y en ese deberse a cada uno es donde esa igualdad se rompe.  ¿Me explico? De esta manera el derecho nos asegura un trato igualitario, considerando las desigualdades.  Si usted me dice que la ley lo es todo y no se reconoce más que la ley, entonces le advierto que está usted ante una tiranía.

¡De ninguna manera, la ley lo es todo! ¡Para nosotros es nuestra manera de entender el orden, la obediencia, la disciplina, para nosotros es la pastoral!, y vamos a establecerla como sea.  De hecho ya tenemos varias acciones tomadas.  ¿Acaso no sabe usted de nuestras persecuciones?, ¿de nuestros despidos?, ¿de nuestras intolerancias?, ¿de nuestros odios?, ¿de nuestras sanciones?, todo lo hemos llevado a cabo amparados y justificados por la ley.

Bueno… -dijo el búho volviendo pensativo su rostro-, parece que estamos ante un problema mayor, ya que lo que usted y el león entienden como ley que iguala, para nosotros es sólo el fundamento para reconocer derechos a los desiguales, y bajo ningún aspecto tienen que conformarse como delitos, salvo que alguno vaya abiertamente en contra de la ley.  Pero si dentro de ese marco se producen desigualdades, entonces nadie está fuera de la ley, sino que muy por el contrario estamos todos dentro.  Porque si hacemos de la ley una interpretación rígida, arbitraria, absoluta que se acepta sólo por obediencia, de seguro las consecuencias van a estar muy lejos de lo debido y de los derechos, y será imposible obtener de allí algún beneficio para la jungla, que redunde en justicia.

¡Ya veo… son ustedes de esos que se sienten con derecho a determinar qué es la ley en esta jungla! –Dijo el camaleón cambiando de inmediato a color rojo-.

 No. –Dijo el búho reflexivamente-.  Lo que nos determina a saber qué es la ley de la jungla es lo que hemos aprendido desde siempre por la madre naturaleza, que en su eterna sabiduría, nos ha revelado la ley que nos rige y nuestros derechos.  La obediencia a la que usted nos obliga, no hace más que conculcar nuestros derechos.  Y la madre naturaleza no quiere eso.

La madre naturaleza, interpretada por el león, ha cobrado nuevos sentidos y direcciones pastorales, y en ese nuevo contexto sus derechos son conculcados.  –Dictaminó el camaleón, casi con la voz “archívese” y de color salmón -.

El hecho de que ustedes hayan cambiado de objeto pastoral no significa que la madre naturaleza lo haya hecho.  –Justificó el búho-.

¡Sí! ¡Somos los que tenemos el derecho de reinterpretar a la madre naturaleza! –Gritó el camaleón, ahora de color violeta-.

La madre naturaleza ya ha sido definida desde hace mucho más tiempo que el de su propia existencia –dijo el búho acercando su rostro al del camaleón-.  No tiene más que ir al Valle para tener esta demostración.  Usted quiere proponer una jungla nueva que no tiene asiento en la jungla del Valle.  Nosotros no lo reconoceremos porque vemos que su mandato está fuera de lo que nos fue revelado en el Valle.   Vuelva con el león y revea su doctrina.  Si el león reconoce que el Valle es la fuente de toda ley y todo derecho, entonces sin discutir, nos encolumnaremos en pos de él y le obedeceremos.  Mientras esto no ocurra, la enseñanza que siempre nos dictó la madre naturaleza, será para nosotros el norte, la dirección, la vida, y si fuere menester, el sacrifico y el martirio.  Ésta es la entera explicación de por qué somos lo que somos.

¡Sepan –dijo el camaleón volviéndose naranja-, que el león ya ha desterrado a aquellos que no creen en la jungla o en su ley!, ¡ahora estamos mejor y más fuertes que nunca!

¡No me haga reír! –Respondió el búho reprimiendo una carcajada-, ustedes no sólo no están mejor, sino que cada vez están más solos.  No se dan cuenta que los que en apariencia los acompañan, lo hacen por motivos que verán en poco tiempo, cómo se desvanecen, por no poder ustedes mismos dar fundamento a lo que invitan.  A una fiesta pueden ir varios, pero congregar a partir de una amistad o un ideal, eso sólo es tarea de pocos.  Y otra cosa… ¿por qué no se quita de una buena vez la careta y se muestra tal como es?  Porque desde que conversamos no ha hecho otra cosa que ocultarse bajo distintas apariencias, como si hablara en nombre de otro.

¡Sepa que la careta es mi esencia, mi manera de ser, yo soy una careta!  ¿Acaso no le dije ya que no me dediqué siempre a esto?  -Y sin perder su doblez, continuó-. ¿Y desde cuándo ustedes se arrogan el derecho de determinar cuál debería ser la norma de conducta en la jungla? –Inquirió desafiante el camaleón, esta vez amarillo azufre-.

  Pues a partir de pensar, de vivir, de decir y mostrar con el ejemplo propio y de generaciones, que lo que hemos aprendido, nos lleva estar dispuestos a dar todo por aquello que es para nosotros todo. –Respondió el búho acomodándose tranquilamente en la silla-.     

   ¡¡¡Ahhh, ¿ven? se creen los dueños de la verdad!!! –Gritó con tono acusatorio mudando a marrón oscuro-.

Mire…, no he hecho en mi vida otra cosa que buscar con reposo y meditación, la verdad.  Si ella a través de la madre naturaleza acude a mí, revelándose y reafirmando sus enseñanzas, pues diré con gusto que a ella me consagro.  Y sin querer darle a usted ahora una mala noticia, he visto que su nueva pastoral, se encuadra en doctrinas que nunca jamás fueron comprendidas en lo que la madre naturaleza nos ha enseñado desde siempre a través del valle.  O sea, mi amigo, o usted miente, o es un ignorante.   Y para despejar toda duda, sería bueno deje de usar caretas para ser más confiable.   –Definió el búho con absoluta autoridad-.

Lo que usted no está evaluando, -dijo el camaleón con el índice apuntando en dirección al búho y en color ciruela-, es que los que tenemos la sartén por el mango, somos nosotros.

Usted se confunde, -contestó el búho cruzándose de brazos-, lo que ustedes tienen por el mango, es la tiranía, los derechos son nuestros, aunque bajo su mandato no los podamos ejercer.  Sin embargo, prefiero quedarme con lo que estoy convencido me pertenece, y no con lo que ustedes me quieran reconocer con esa doctrina falaz.

¿Y a todo esto, desde cuándo ustedes se sienten con derecho a cuestionar lo que el león manda, sabiendo que la obediencia es absoluta? –Replicó irritado el reptil desde el verde cata-.

Pues, desde el momento en que sus órdenes no traen paz, armonía, tranquilidad, ni reposo.  Todo cuando fuere mandado, nos inspira lo contrario, intranquilidad, desasosiego, incertidumbre y desconfianza.  Nada de lo se propone acusaba en nuestro interior, esa calma y satisfacción que produce el deber cumplido.  Sus mandatos nos quitan el sueño, la calma, la vida interior.  El Valle nos da todo eso y mucho más, cuando nuestro comportamiento es coherente con su ley.  Por eso es que desconfiamos de ustedes, y vemos con absoluta claridad que nuestra desobediencia es la causa eficiente de nuestro perfeccionamiento en armonía con el Valle.

¿Disculpe…? –Preguntó el escamoso ahora rosado-, ¿Por qué es que me encuentro discutiendo con ustedes estos asuntos, ya que con ninguno con los que me veo habitualmente, osan discutir nuestras órdenes?

En primer lugar –contestó el búho-, porque sólo reconocemos la autoridad en los que son fieles a lo que el Valle ha enseñado a nuestros abuelos, padres y a nosotros mismos.  Y en segundo lugar, porque no lo decidimos nosotros por nuestra entera y arbitraria decisión.  Nos juntamos para evaluar, estudiar, meditar todos estos temas, una vez cada quince lunas, tratando de discernir con honestidad y humildad los mandatos que la madre naturaleza nos impone.  Literalmente nos encontramos y nos encerramos con aquellos con los que todos estos temas les importan, y los estudiamos para estar seguros de cumplir con la madre naturaleza.  Y si aun así si surgen dudas, acudimos a quienes por autoridad, trayectoria, compromiso y ejemplo, nos puedan aportar luz en estos asuntos.  Por eso es que nada altera nuestra conciencia, sabiendo que nuestros derechos, nos dan la certeza de ser desiguales frente a la igualdad verdadera, que la madre naturaleza propone.  Y no como la que usted sugiere, no pudiendo usted mismo mostrarse auténtico, o sea que parece que en su doctrina, algunos son más iguales que otros.  La verdad que fue dicha desde siempre y que nos fue comunicada, será para nosotros la única ley a la que obedeceremos sin restricciones, ni demoras, hasta la muerte, si ésta se nos impusiera o nos fuera menester, como ya le dije. 

Delante de lo que ustedes nos imponen, sepan que no van a encontrar en nosotros más que el derecho a ejercer una legítima defensa o al de oponernos a la autoridad injusta.  Guárdense su poder, que merece nuestro reproche y combate, que nosotros preferimos nuestros derechos.  Y una última cuestión –demoró su alegato el búho con una muesca de sonrisa-.  Es curioso que de todas las caretas que exhibió, nunca lo vi, ni se mostró blanco… no sé para usted, pero para nosotros, eso es toda una definición.



Moraleja:

La ley sin caridad, no es ley.




                                                                                                          Jano Pithod       

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